La migración como medio para construirse un porvenir
07 / 2005
El éxodo de miles de mexicanos hacia Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida comienza a amenazar la supervivencia de nuestros pueblos: ahora sólo los más viejos permanecen en ellos y los niños crecen esperando el día en que puedan partir hacia el norte.
“Cuando ya no puedes vivir de la tierra en la que naciste, comienzas a perderle el afecto y dejas de aferrarte a permanecer en ella”, reflexiona Darío al iniciar el relato sobre el devenir de su pueblo a partir de que la migración hacia los polos de desarrollo del país o hacia Estados Unidos en busca de un trabajo mejor remunerado, dejó de ser un fenómeno aislado y se constituyó en el destino obligado de las nuevas generaciones.
La profunda crisis que registra el campo mexicano en la actualidad es el resultado de la aplicación, por poco más de medio siglo, de una serie de políticas de “desarrollo industrial” que asignaron a la agricultura el exclusivo papel de abastecedora de alimentos, materia prima y mano de obra destinados a satisfacer las necesidades de los centros industriales del país, además de fuente de divisas a través de la exportación de insumos primarios. Esta crisis se ha caracterizado por el agotamiento de las tierras por la práctica del monocultivo y el abuso de los fertilizantes químicos, la escasez del agua, la falta de maquinaria e infraestructura agrícola que permita elevar la productividad de la tierra, los bajísimos precios de los productos agrícolas y de la mano de obra rural, la concentración de los recursos económicos y de infraestructura en las zonas agrícolas altamente productivas, las cuales son propiedad de empresas transnacionales o de grandes terratenientes.
La política agraria que acompañó al modelo industrial, si bien impulsó el desarrollo de grandes zonas productivas, principalmente en el norte del país, dejó en el rezago al resto del campo mexicano, condenando a largo plazo a una gran proporción de la población rural a emigrar en busca de mejores condiciones de vida.
En un primer periodo, cuando el sector industrial fue capaz de absorber la creciente mano de obra proveniente del sector rural, el fenómeno migratorio estuvo limitado al interior de las fronteras nacionales. Sin embargo, a partir de la crisis del proyecto industrial, que se profundiza con las políticas neoliberales implementadas desde la década de los ochenta, el desempleo y la pobreza se han incrementado a tal grado que los trabajadores deben abandonar su país para emprender una nueva vida, siendo el principal destino Estados Unidos.
Camotlán es un pequeño pueblo de la región mixteca de Oaxaca, estado del sur de México con la mayor concentración de población indígena del país. Con no más de 7 mil personas, la mayoría de ellas ancianos, mujeres y niños, Camotlán es un fiel reflejo de las trasformaciones económicas y socioculturales que tienen lugar en muchos pueblos mexicanos a partir del fenómeno migratorio. Se trata de pueblos anteriormente sustentados en la actividad agrícola y en los salarios de algunos hombres y jóvenes que iban a trabajar a los centros industriales cercanos. Hoy, en estas poblaciones sólo se desarrolla la agricultura de subsistencia, y las remesas (dinero mandado por los emigrantes a sus familiares) se han convertido en la principal fuente de ingresos.
“En Camotlán, el proceso migratorio se origina en los años cincuenta.” –comienza a relatar Darío- El acelerado desarrollo industrial del país en esa época favoreció que una multitud de campesinos de la región mixteca se dirigieran a las zonas industriales del sur de Veracruz y del centro del país en busca de mejores salarios. “Los hombres más jóvenes viajaban a la Ciudad de México con el objetivo de estudiar una carrera, algunos de ellos para incorporarse posteriormente al sector industrial como mano de obra altamente calificada, y muchos otros para regresar a sus comunidades a ejercer como médicos, ingenieros, maestros. Yo vine a la Ciudad de México para estudiar medicina en el Politécnico Nacional. Aquí conocí a Carmen, mi esposa, y aunque decidí permanecer en la capital para formar una familia, siempre he regresado a Camotlán. Allá permanecen mis padres y todos mis recuerdos de la niñez.”
Durante el periodo de industrialización México registró altos índices de crecimiento económico y desarrollo social: “México se estaba construyendo”. En esos años, la mayoría de la población rural de esta región permanecía en su pueblo de origen y se dedicaba a la agricultura, la actividad que desde tiempos ancestrales daba vida a sus comunidades. “Incluso, los que migraban a las ciudades, financiaban la compra de maquinaria y la construcción de infraestructura básica para que su familia siguiera haciendo producir la tierra, tarea a la que se incorporaban cuando regresaban temporalmente a su pueblo en el transcurso del año”.
Durante poco más de tres décadas, el fenómeno migratorio hacia las ciudades no constituyó una ruptura comunitaria para el pueblo de Camotlán, en gran medida porque muchos de los emigrantes se concentraban en un mismo destino. Continúa Darío diciendo que “la gran mayoría, además de aportar ingresos para el desarrollo de la comunidad, regresaba sistemáticamente en las fechas más representativas del pueblo: las fiestas del Día de la Soledad y del Día del Rosario (celebradas en los meses de septiembre y octubre, respectivamente). Estas fiestas constituían el pretexto perfecto para que los emigrantes se organizaran desde su punto de residencia en equipos que competían entre sí para otorgar el mejor regalo al pueblo: la remodelación de la iglesia, el arreglo de las fachadas de las casas, la organización de un gran espectáculo de fuegos artificiales para el día del “bailongo” (noche de baile), entre muchas otras cosas.”
Pero tarde o temprano la crisis del modelo económico de industrialización en el que México sustentó su crecimiento por más de cuarenta años (aproximadamente de 1934 a 1980), terminaría por afectar a cada uno de nuestros pueblos. El desempleo, la caída de los salarios, la quiebra de múltiples empresas mexicanas frente a la competencia de las grandes corporaciones estadounidenses, una deuda externa impagable que estrangula las finanzas del país, el recorte del gasto público en obras de bienestar social, son todos fenómenos que han generado un incremento desmesurado de la pobreza en México. Los centros urbanos del país han dejado de constituir un foco de progreso para los campesinos mexicanos. Los que deciden migrar hacia ellos generalmente están destinados a incorporarse a los cinturones de miseria que rodean a las grandes ciudades del país, trabajando por un salario mínimo que no alcanza para satisfacer las necesidades básicas de la familia. En la actualidad, las fuentes de empleo están del otro lado de la frontera norte y la pobreza es tan fuerte que bien vale la pena cruzarse de “mojado” (a través de los costosos circuitos para cruzar de manera ilegal), aunque el costo pueda ser la propia vida, con tal de poder sobrevivir.
Camotlán comenzó a ver partir a sus hombres y jóvenes hacia Estados Unidos a principios de los años ochenta. Las mujeres, los niños y los ancianos permanecían en su pueblo. Los hombres guardaban firmemente su esperanza de volver a sus tierras después de trabajar un par de años y juntar un poco de dinero que les permitiera solventar una crisis que concebían como temporal. Pero cruzar la frontera de forma ilegal no es un juego, y mientras no se vislumbrara el fin de la crisis, mejor sería permanecer en el “gabacho” (en Estados Unidos) y comenzar a mandar dinero. La crisis económica del país se agudizó para el campo, pues los recursos gubernamentales en infraestructura agraria y obras de seguridad social en el sector rural se recortaron fuertemente, y lo poco que se invierte en agricultura en nuestro país se concentra en las zonas altamente productivas enfocadas al sector exportador. A mediados de los años noventa, también las mujeres jóvenes de Camotlán comenzaron a emigrar, en compañía de sus esposos, para formar su familia en Estados Unidos.
La distancia, con una frontera altamente militarizada de por medio, el tiempo y las transformaciones en las expectativas de vida generadas por vivir en otra sociedad, han inducido a que los emigrantes pierdan paulatinamente los referentes que antes los unían a su tierra, a su comunidad. Si bien una importante proporción de trabajadores sigue mandando dinero a su familia, generalmente a sus padres y abuelos (porque ahora su familia –esposa, hijos, hermanos, primos- están en Estados Unidos), ya no existen muchos otros lazos con su pueblo. Los pocos que tienen oportunidad de regresar al país sólo lo hacen a fin de año. “Las celebraciones del mes de diciembre, que antes no tenían lugar en Camotlán, son ahora la principal festividad del pueblo y el único periodo del año en el que algunas familias se pueden reencontrar. Incluso, algunos de los que regresan para quedarse, después de construirse una casa y comprar maquinaria para trabajar la tierra, terminan regresándose a Estados Unidos porque la vida en un pueblo ya no cubre sus expectativas de desarrollo. Los niños esperan crecer para emprender el camino hacia el norte”, reseña melancólico Darío.
El futuro de Camotlán es incierto. Las grandes casas que construyeron con sus ahorros los trabajadores emigrantes que intentaron rehacer su vida aquí, están ahora deshabitadas. Amplias extensiones de tierra permanecen sin cultivarse. Algunos tractores, después de ser usados un par de años, están guardados en los almacenes. Como expresa Darío, “ahora, la tierra es sembrada sólo por los más viejos, para los que el trabajo en el campo constituye un rito de apego a las tradiciones ancestrales… ya no es más una actividad económica que sustente el desarrollo de la comunidad.”
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Integración regional en América Latina : Chile, Colombia, México
Diariamente México expulsa por lo menos a mil emigrantes indocumentados que se dirigen hacia Estados Unidos. El fenómeno migratorio, históricamente encabezado por los hombres jóvenes en edad de trabajar, hoy comienza a involucrar también al género femenino. Si antes los hombres partían con el objetivo de ganar dinero para volver a su país y mejorar las condiciones socioeconómicas de sus comunidades, ahora familias enteras deciden abandonar sus tierras para, por lo general, no volver más. México está presenciando un éxodo doloroso generado por la pobreza, la desigualdad y la exclusión social. El proceso de desarraigo alcanza a un cada vez mayor número de pueblos mexicanos: los más grandes ven partir a las nuevas generaciones, las cuales emigran día con día a más temprana edad. El augurio es que algún día sólo quedarán los ancianos como los únicos habitantes de las tierras que en el pasado vieron crecer y desarrollarse a sus comunidades.
Actualmente, las remesas constituyen la segunda fuente de ingresos de la economía nacional (en el 2004 se recibieron 16.7 mil millones de dólares por este concepto, de acuerdo con datos de la Secretaría de Hacienda), lo cual ha generado que se conciba el fenómeno migratorio como un factor de desarrollo para México. Pero cabría preguntarse ¿cuál es el precio que México deberá pagar como nación, en un futuro no muy lejano, por expulsar su capital social?
De acuerdo con el Censo de población del 2000 realizado en Estados Unidos, se estima que “de los 35.5 millones de emigrantes de origen hispano, 23 millones son mexicanos. Esto representa un 8% de la población total de los Estados Unidos. Alrededor de 10 millones de ellos nacieron en México y de éstos, aproximadamente 5.3 millones son indocumentados. Actualmente México representa la fuente más grande de migración hacia los Estados Unidos.” (TORRES BLAIR, Mariana. “Migrantes. Remesas y Desarrollo” en Marometa, revista trimestral, n° 3, México, 2005). Esta ficha fue realizada en el marco del desarrollo de la alianza metodológica ESPIRAL, Escritores Públicos para la Integración Regional en América Latina.
Entrevista
Entrevista a CARRAZCO, Darío. Médico egresado del Instituto Politécnico Nacional (IPN) quien radica en el Distrito Federal, originario de Camotlán, Oaxaca.
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