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diálogos, propuestas, historias para una Ciudadanía Mundial

Maria: una comerciante ecuatoriana en Bogota

Los avatares de la migración y el intercambio cultural subrepticio

Dairo SÁNCHEZ MOJICA

09 / 2005

San Victorino es uno de los lugares más congestionados de la capital de Colombia: Bogotá. Es un lugar que se caracteriza por las congestiones vehiculares en el cual se percibe la saturación del aire debido a los gases emitidos por los automotores, así como un alto nivel de contaminación auditiva producido por los pitos de los buses. San Victorino también tiene fama de ser un lugar propicio para los atracos a transeúntes, quienes si se descuidan pueden, sin siquiera percatarse, resultar robados. Al caminar por las calles de San Victorino uno no puede dejar de percibir que es un sector comercial, los vendedores ambulantes ofrecen a quien camina por los andenes infinidad de productos que van desde encendedores, pasando por empaques para la olla de presión, hasta celulares de juguete y despertadores. Los edificios que se encuentran en la zona generalmente son centros comerciales en los que se consigue joyería, ropa a precios económicos, anteojos y útiles escolares, muchos de los clientes de estos establecimientos compran al por mayor para vender en sus propios negocios, ubicados en otros sitios de la ciudad.

Entre los personajes que trabajan en este sector sobresalen los “ecuatorianos”, comerciantes generalmente de sacos, guantes, bufandas y gorros de lana. Productos que suelen ser decorados con bordados de la región andina como llamas (animal de carga de la familia del camello) y con figuras geométricas. Uno reconoce a un comerciante ecuatoriano por su fisonomía, por su manera de vestir, por que hablan entre ellos en una lengua que uno no entiende; además, por su peculiar mercancía. Son más bien de baja estatura, con rostros redondos y trigueños y se caracterizan por su cabello negro y extremadamente lacio. Las mujeres suelen vestir faldas de paño negro que cubren sus piernas hasta los talones, calzan sandalias negras, usan blusas blancas con bordados de colores en el pecho y en las mangas, además de unos característicos collares de pepitas doradas que dan varias vueltas a su cuello. Los hombres suelen usar camisas blancas y sombreros rodeados por una cinta de color. Los “ecuatorianos” hacen parte de la cotidianidad de la ciudad. En su interacción diaria se vehicula en las calles el intercambio de símbolos y prácticas culturales propias de las urbes latinoamericanas. Estos intercambios se dan en torno al comercio, pero no son solamente económicos.

María es uno de estos personajes, llegó a Bogotá hace quince años proveniente del municipio de Otavalo en Ecuador, acreditado como el “valle del amanecer.” Los pueblos indígenas de Otavalo son los Mashis y Wawkis. La economía de la gente de Otavalo es, prioritariamente el comercio nacional e internacional de los productos artesanales, la música y el turismo. En pequeña proporción se dedican a la agricultura. Producen la cerámica en Rinconada y la cestería en Rumipamba. Los Otavalo tienen una larga tradición de comerciantes; antiguamente a los mercaderes se los denominaba « mindaláes ». Desarrollaban su actividad bajo el control cacical y estaban sujetos al pago de tributos en oro, mantas y chaquira de hueso blanco. Si bien los “mindaláes” constituían una elite especializada en el comercio e intercambio, el resto de la gente también comercializaba e intercambiaba productos para satisfacer sus necesidades.

María creció en una familia indígena de agricultores que cultivaban maíz, trigo, fríjol y arveja. Claro está, la vida de ella cambió en el momento que su novio la pidió a sus padres en calidad de matrimonio y la convenció de viajar a Colombia para buscar nuevos horizontes económicos. Cuando María y su esposo llegaron a Colombia comenzaron a ejercer su ancestral profesión de comerciantes en las calles de la bulliciosa Bogotá, eran vendedores ambulantes. María recuerda esta época de manera agradable, había mucho dinero “por eso de la droga, eso dicen ¿no?” En ese entonces, María vivía en una habitación que pagaba con el dinero que ganaba durante el día. Al parecer de ella la relación con los colombianos ha sido buena desde el principio de su instancia en el país, pues “son gente amable”. Muchos colombianos no piensan lo mismo de los ecuatorianos, pues han sido estafados por ellos en el regateo propio de los ambientes comerciales. Algunos dicen que los comerciantes ecuatorianos suelen hacerse lo ingenuos cuando están vendiendo, pero en realidad es una estrategia de regateo.

María ha tenido tres hijos en Colombia, quienes hoy día están estudiando. Esto significa que es evidente un intercambio a nivel generacional. Los hijos de María son producto de la diáspora, del intercambio cultural que se da en la cotidianidad urbana. Sin embargo, a pesar de haber vivido la migración en carne propia, María y su familia no dejan de lado las tradiciones que los vinculan con su tierra natal. Entre ellos hablan lengua Kichua, “a algunos colombianos les parece chistoso, otros miran como mal y otros nos piden que digamos cosas en nuestra lengua”. A los niños les enseñan el castellano y ellos aprenden “solitos” la lengua Kichua, escuchando a los grandes. Para María y su familia los acontecimientos importantes de la vida deben realizarse en el Ecuador: los bautizos, los matrimonios y, por su puesto la muerte. Cuando alguien se casa en Otavalo invitan a los amigos y hacen una comida especial, que puede ser curí asado (roedor de la región andina) acompañado con una colada (sopa espesa) de maíz, luego bailan danzas tradicionales. Para María es importante regresar a Otavalo para morir allí, en su tierra. María y su esposo tienen cedula de extranjería. Hoy día ya no viajan a Ecuador a traer mercancía porque en la frontera se la pueden quitar los agentes de la aduana. Entonces venden en gran medida productos nacionales. Ella viaja aproximadamente cada año y medio a visitar a su familia en Otavalo. Pero gran parte de su círculo familiar ha emigrado a Colombia, otros lo han hecho a diferentes países.

Los productos ecuatorianos como sacos, mochilas y sandalias han adquirido nuevos usos en el contexto bogotano. Son asociados a los llamados “mochileros” y a los “mamertos”. Los primeros son muy cercanos al indigenismo, defienden los valores de los “pueblos originarios” y denuncian constantemente el exterminio al que se vieron abocados los indígenas durante la conquista española. Los segundos son universitarios que promulgan el marxismo, denuncian el imperialismo, participan en marchas y le achacan, no sin razón del todo, muchas de las desgracias de los países latinoamericanos a los Estados Unidos. En estas expresiones de la cultura juvenil, las mercancías ecuatorianas se resitúan, adquieren el carácter de referentes identitarios que propician la exaltación de ciertos valores culturales latinoamericanos. En este sentido, puede decirse que los intercambios culturales que proporciona la migración no son del todo explícitos, pero si vehiculan la circulación de símbolos y prácticas que constituyen importantes narrativas de identidad. Esto es lo que llamamos intercambios subrepticios. Aquellos que se presentan en la densidad de las prácticas cotidianas. Los que no pocas veces se dan por supuestos y se naturalizan en favor de los intercambios de las grandes estructuras. El hecho de que María habite de cierta forma la ciudad y se relacione con los bogotanos, a través del comercio, actualiza una práctica centenaria en el marco de la sociedad globalizada. Sus productos no sólo significan un elemento útil, sino también significativo, pues hacen circular ciertas narrativas de la identidad latinoamericana.

Palabras claves

migración, identidad colectiva


, Colombia, América Latina, Cundinamarca, Bogotá

dosier

Integración regional en América Latina : Chile, Colombia, México

Comentarios

Las migraciones entre latinoamericanos conllevan un rico intercambio cultural que en ocasiones se desconoce, ellos llevan consigo en su trasegar una tradición que cuando se asume a partir de estereotipos discriminatorios no permite una asimilación del otro como parte de sí mismo, como parte de un ser común latinoamericano. En Bogotá existe un imaginario frente a los comerciantes ecuatorianos como vendedores de sacos, pero generalmente se desconoce la tradición cultural que significan y los fuertes lazos de sentido que mantienen con su tierra natal. Este ejercicio afirmativo mantiene vivos valores y experiencias que construyen perspectivas de integración latinoamericana de carácter subrepticio. Asumir estas perspectivas vitales es un caldo de cultivo para la construcción de un ser latinoamericano que devenga de lo múltiple y no de los procesos de homogenización y desintegración de la etnodiversidad.

Notas

Fuente

Entrevista

CAMUENDO, María; Cra. 11 No. 11-65, Local 8; (57-1) 352 13 17; Colombia, Bogotá

ALMEDIO - 2, traverse Baussenque, 13002 Marseille, FRANCE Almedio Consultores. Norma 233, Maitencillo. Comuna de Puchuncaví. Va Región, CHILI - Fono: (56)32 277 2231 - Chile - www.almedio.fr - info (@) almedio.fr

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