Cuando llegué a Cochabamba, a comienzos de octubre de 1991, teníamos algunas certezas y bases. Teníamos cualquier cantidad de información, ya revisada y trabajada (miles de documentos, decenas de testimonios…). Teníamos un objetivo: producir un primer material que permitiera comenzar a compartir la experiencia del PRIV y de sus actores. Habíamos escogido un primer tema: manejo del agua y organización campesina. Teníamos los plazos: un mes. Faltaba negociar y definir todo lo demás.
Por ejemplo, yo mismo no sabía si llegaba para asumir totalmente la escritura o, al contrario, para apoyar redacciones individuales, o para…
Felizmente, los deseos de un grupito eran más fuertes que los temores generalizados ante la aventura. ¿Formar equipo para capitalizar juntos? Requerimos 4 o 5 días para plantearlo claramente y asumir el desafío.
Al principio, éramos cuatro, más Irene, que debía apoyar en los aspectos técnicos de la operación del sistema de riego. Pero ella nunca había vivido el proyecto y nuestras exigencias eran demasiado urgentes para su proceso personal: se separó progresivamente en 2 o 3 semanas.
Pues el equipo tenía dos bases fundamentales: una gran confianza interpersonal y una interpretación, forjada paso a paso y compartida, sobre lo esencial del proceso de la experiencia. Más allá, evidentemente, de las numerosas diferencias de opinión, de sensibilidad, de información y de recorridos individuales, así como de disponibilidad, ya que dos miembros estaban a cargo del proyecto y no podían sino dedicar algunas horas y algunos días para esto. En realidad, el equipo ya se había más o menos formado en el transcurso de prácticas anteriores.
Hemos necesitado unos diez días para decidir aproximadamente lo que iríamos a hacer. Puesto que se trataba de hacerlo juntos, era preciso madurar las definiciones para que estén verdaderamente compartidas e interiorizadas. Escuchar, estimular, debatir y saber cuándo hacer una proposición que acelere todo: la dinámica usual de un equipo.
Primer salto cualitativo: una propuesta conjunta sobre el producto por fabricar (cinco artículos firmados como partes de un libro común). Los debates anteriores tomaban forma, cada uno buscando ubicar allí sus relatos y sus aportes.
La segunda fase exigió a su vez otros diez días. Ante la responsabilidad asumida (una parte cada uno), se tenía que comenzar a trabajar y a escribir intercambiando borradores e ideas, a fin de armonizar enfoques y estilos. Desacuerdos, entusiasmos e impotencias se sucedieron hasta que al fin surgiera un pacto de lo posible y lo deseable.
Nos quedaban diez días. Sabíamos qué queríamos y qué debíamos hacer; habíamos incluido un quinto comparsa para ampliar el enfoque pero ¡prácticamente no teníamos ni una línea escrita! Eso nos obligó a renegociar los plazos (un mes más), los compromisos y los sacrificios de cada uno. ¡Y a separarnos! Tres semanas para que cada uno elabore todo lo que podía.
A mediados de noviembre, los productos eran muy desequilibrados en cuanto a su extensión pero ofrecían un excelente panorama: el libro ya tenía alma; perfumaba el aire con su estilo y con sus hallazgos, que ya presentíamos anteriormente pero sin conocerlos realmente. Fue lo que motivó e hizo posible el frenesí de los últimos quince días.
La cuarta fase fue endiablada. No teníamos ya tiempo de afinar nuestras dudas y nuestros estados de ánimo, pero estábamos absortos por la obra que habíamos construido y que nos guiaba. A la última hora del 30 de noviembre, nuestra fecha tope, imprimimos la primera versión final, sorprendidos de comprobar que, con matices por cierto, cada uno hubiera podido y querido firmar la parte del otro.
methodology, intellectual property
, Bolivia, Cochabamba
Entre el desafío común y las responsabilidades individuales, existen muchas maneras de trabajar en equipo y de lograr que las diferencias personales se enriquezcan mutuamente en vez de anularse. Pero se trata precisamente de hacer malabarismos entre los aportes de cada uno y la visión de conjunto. Es posible, pero no hay reglas.
El plazo de un mes era incompatible con el proceso de trabajar en equipo, pero sin él hubiese faltado la presión indispensable para superar los temores y las diferencias.
Hubiese sido una lástima no hacer una obra común, pues muchas condiciones estaban dadas, pero ésta sólo fue posible porque las autorías y las responsabilidades fueron precisadas, dejando a cada quien espacio para afirmarse y contarse sin caer en lo que hubiese sido un « mínimo común denominador », colectivo y anónimo. La experiencia tiene sus actores, su capitalización tiene sus autores y es posible reunirlos.
Armonizar estilos parecía ser lo mejor para el lector, pero limitaba ciertas expresiones y la expresión de ciertos aportes. Sin embargo, a medida que lo fuimos interiorizando, el estilo de base ayudó a extraer nuevas lecciones de la experiencia, pues nos ponía en estado de diálogo con el lector y es dentro de ese diálogo que se pudo descubrir nuevos elementos.
El PRIV=Proyecto de Riego Inter-Valleses realizado en Cochabamba, Bolivia, por el Estado Boliviano y la Cooperación Alemana, desde 1977. La capitalización se hizo a base de un apoyo presupuestal de la Sociedad Alemana de Cooperación Técnica, la GTZ. La capitalización de 1991 dio lugar a un libro de 250 páginas, publicado en La Paz por Hisbol-PRIV= « Dios da el agua, ¿qué hacen los proyectos? - manejo del agua y organización campesina ». Los autores son Humberto Gandarillas A., Luis Salazar V., Loyda Sánchez B., Luis Carlos Sánchez E. y Pierre de Zutter.
Traducción de la ficha « Cochabamba 1991 : faire équipe pour capitaliser »