Es en el CICDA, una ONG francesa que trabaja en los Andes, donde hallé por vez primera una verdadera preocupación por capitalizar la experiencia: una de las tareas del personal francés enviado al terreno (los « expatriados » como se les llamaba)era escribir a su regreso al país un « informe de sistematización » sobre la experiencia vivida; tenían dos, tres meses, o más según los casos, para hacerlo.
Cuando, en 1983, comencé a colaborar con el CICDA en América Latina, sistematizar ya era una palabra de moda en muchas partes, pero rara vez se tomaba el desafío en serio y casi nunca sucedía que éste fuera incluido dentro de las obligaciones del personal, y por tanto que se reserven tiempo y dinero para hacerlo.
Sin embargo, entre los siete ú ocho « expatriados que se encontraron en esta situación entre 1983 y 1986, años en que estuve más o menos cercano al CICDA, muchos esfuerzos no llegaron a culminar; en cuanto a algunos « informes » que fueron producidos no nos sirvieron de mucho y tampoco impactaron en el trabajo de campo. ¿Por qué?
En primer lugar, dos elementos del contexto vinieron a perturbar las mejores intenciones.
Esta valorización de los hallazgos de la experiencia se hacía al final del trabajo, en el momento en que el expatriado estaba terminando su contrato y buscaba otra colocación, nuevas orientaciones. De ahí derivaba a veces una menor disponibilidad (sicológica). O bien las reflexiones iban más dirigidas a nuevos marcos (centros de investigación, otra institución de desarrollo…)que a los colegas del terreno. O bien la soledad del regreso a Francia, luego de los años de intensos debates en los Andes, frustraba toda elaboración.
Por otra parte, la « sistematización » era mal vivida por algunos en la medida en que era un privilegio de los gringos mientras era negada a los nacionales de los proyectos. En tales condiciones, ¿cómo hablar con confianza de aquello que había sido compartido con los marginados de la sistematización?
Pero las principales trabas provenían de las dudas existentes en cuanto a qué hacer y cómo hacer.
Apenas me integré en 1983, recibí solicitudes para apoyar a los sistematizadores, ya que contaba con cierta experiencia personal en la materia. Los pedidos siguieron hasta 1986. Pero nunca fui capaz de brindar una ayuda útil. Por un lado se trataba aún para mí de una práctica empírica que no sabía muy bien cómo explicar y compartir. Por otra parte mis propuestas chocaban con ciertos bloqueos. ¿Cuáles?
« Empieza por contar. Antes de consultar tus apuntes o tus archivos, habla primero de todo lo que se te cruza por la mente; grábalo o escríbelo. Eso te servirá luego de referencia. Recién después te pones a revisar documentos. » Insistía en la importancia de volver a vivir el proceso personal a fin de estar en condiciones de sentir y reflexionar mejor la experiencia de trabajo. Veía en esta vivencia la base primera, aún cuando el tono personal ya desapareciera en el producto final.
Tales propuestas llevaban a menudo a descartar mi apoyo: ¡qué poco serio cuando se comparaba a tantos estudios y publicaciones famosas! La sistematización tan requerida era al mismo tiempo una carga y un sueño largamente acariciado pero que nadie sabía por donde agarrar.
De ahí la tendencia a refugiarse en un estilo de tesis universitaria, de informe a los que financian, de promoción de tal o cual « éxito »…, con sus descripciones frías y aburridas del « objeto » de estudio, sus opacas cronologías de las acciones realizadas, sus conclusiones que uno podía imaginar antes de leerlas.
¿Por qué, entonces, resultaba imposible superar ese trauma de la escritura que llevaba gente apasionante en el diálogo y el debate a volverse insípida ante la hoja de papel?
¡Precisamente porque no se trataba, pues, de un diálogo! Esta clase de escrito ya no era una forma usual de comunicación en el terreno sino más bien un filtro del sistema oficial, sea académico, sea gremial. Se entraba ahí como a un examen, en espera de ser medido y juzgado, sea con la esperanza de librarse bastante bien, sea con la ilusión de un éxito lleno de brillo.
El término empleado, « informe de sistematización », ya significaba todo un condicionamiento. Los « informes » eran parte de las obligaciones-pesadillas que los técnicos habían tenido que asumir para las relaciones entre el terreno y diversas instancias nacionales o europeas.
La « sistematización » evocaba muchos rigores analíticas, sobre todo en aquel momento en que el enfoque de sistemas invadía el desarrollo rural.
Ya no había diálogo y las personas-sujetos se sentían llamadas a desaparecer detrás de los hechos-objetos. A pesar de esta intuición del CICDA de que sus expatriados se habían vuelto « personas-recursos » que debían compartir sus aprendizajes antes de irse a otra parte, la sistematización devenía muy impersonal, en el tono y en la práctica. En el idioma también ya que los informes nacían en Francia y en francés y ello eliminaba automáticamente todo diálogo con los interlocutores de los años de terreno.
methodology
, France, Peru, Bolivia, Ecuador
« Sistematizar », « capitalizar la experiencia », cualquiera sea la terminología que se emplea, es fundamental reconocer que la riqueza de la experiencia está ante todo en sus actores, en sus sujetos, más que en los temas-objetos.
Entonces, si bien existen muchos aspectos de método y de técnica que mejorar en nuestras prácticas de capitalización, todo ello nunca será de gran utilidad mientras no sepamos plantear claramente la pregunta: « ¿quién capitaliza qué?", para así profundizar y expresar tanto el quién como el qué.
El CICDA=Centre International de Coopération au Développement Agricolees una ONG francesa que ejecuta proyectos en el Perú, en Bolivia y en Ecuador desde fines de los años 70. MFN de la ficha original en francés: 2704
Traducción de la ficha « Cicda 1983-1986 : quand les expatriés doivent systématiser »