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La Revolución que Nadie Soñó

La muerte del concepto de desarrollo

Silvia AUSTERLIC

11 / 1997

Si en Europa algunos teóricos decidieron despedirse de la idea del ’proletariado’, en América Latina hay otros que ya se están despidiendo de la del ’desarrollo’. Y en buena hora. Si hay una palabra que debe sonar como insulto a campesinos, indios, y habitantes de los barrios pobres, esa es ’desarrollo’. En nombre del desarrollo, poblaciones completas han sido arrancadas de sus tierras, convertidas en ’marginales’, y perseguidas como asociales.

La idea del ’desarrollo’ es colonialista. Por lo menos se sabe que no fue inventada ni en Africa ni en América Latina. Fue el presidente Truman, quien en un discurso pronunciado en 1949 decidió que más de lastres cuartas partes de la humanidad no era desarrollada sino ’subdesarrollada’. En buenas cuentas, el concepto de desarrollo, que después asumirían furiosamente las izquierdas, es también una proyección internacional de la metafísica calvinista del trabajo.

En efecto: así como en países europeos la religión domesticó a sus habitantes en función de la industrialización, en las zonas "subdesarrolladas" se produciría también un proceso de domesticación, no religiosa, en función del desarrollo industrial. Desarrollo como crecimiento, y crecimiento como industrialización, eran mandamientos por los cuales se regían las elites de los países llamados subdesarrollados. Del mismo modo que el paraíso no puede ser alcanzado sin sacrificios, la meta del desarrollo presuponía determinados costos sociales. Muchos de ellos se han pagado con creces, incluso con vidas.

El concepto de desarrollo proviene, como se sabe, de la biología. Aplicado a la práctica, se intenta, en primera línea, naturalizar la realidad social. Pero, a la vez que naturalista, el concepto de desarrollo es también metafísico; y no hay contradicción. Mediante la naturalización de lo social, la practica del desarrollo produce la idea que en un momento ignoto del futuro se alcanzara el desarrollo. Todo es cuestión de aplicar correctamente los modelos, valga la tautología, de desarrollo.

Por lo mismo, el desarrollo establece una relación asimétrica de poder; y esto en dos sentidos. Por un lado, se supone que hay países que han alcanzado el desarrollo. Estos ya no deben desarrollarse; su historia termino. Su tarea es ayudar a desarrollarse a los que todavía no lo están y, por supuesto, a su imagen y semejanza. De la misma manera que el misionero colonial traía a los "nativos" el mensaje de la fe, el desarrollista -de izquierda y de derecha- trae la buena nueva del desarrollo. Los desarrollistas no han podido captar todavía que no hay ningún país que se haya "desarrollado" de acuerdo a modelos, sino de acuerdo a constelaciones en las cuales no están ausentes relaciones de poder que no pueden ser programadas en ningún plan, y mucho menos en una ciencia.

Precisamente para poner en práctica sus planes de desarrollo, los desarrollistas inventaron nada menos que un mundo, que denominaron, matemáticamente, como tercero. El Tercer Mundo es un producto teórico del desarrollismo o, lo que es igual, de aquella visión de la historia que presuponía que el destino de todos los países debía ser explicado de acuerdo a leyes que eran extraídas, tautológicamente, del desarrollo de los países del primero o del segundo mundo. El Tercer Mundo es, en buenas cuentas, el terreno experimental del "desarrollo" o, lo que es igual, de los desarrollistas; un PROYECTO COLONIAL que surgió en los otros "mundos" para disciplinar la historia de los países que todavía no estaban ocupados, fáctica o ideológicamente. De este modo, indiscriminadamente, el concepto de Tercer Mundo fue aplicado a aquellos países que era necesario "controlar teóricamente". Miembros del Club del Tercer Mundo pasaron a ser:

-Países recientemente industrializados que a su vez difieren mucho entre sí, social, económica y culturalmente, como Hong Kong, Singapur, Taiwan, Corea del Sur.

-Países que se eternizaron en su condición de pre-desarrollados, como Brasil, México, Argentina o India, que no por casualidad invirtieron muchos esfuerzos en la industria pesada.

-Países exportadores de petróleo, que por este solo hecho ocupan una posición estratégica a escala mundial.

-Países con pobreza relativa, en el sur de Sudamérica.

-Países de pobreza absoluta, al sur del Sahara (donde hay que hacer

-diferencias entre Africa oriental y occidental), en la región de los Himalayas, ene l centro y sudeste de Asia, y en América Central.

Y a estos países tercermundistas "clásicos" hay que agregar los recién llegados de Europa oriental.

Construido deductivamente el Tercer Mundo, no tardaría en aparecer un personaje muy especial autodenominado "tercermundista". El tercermundista -resida en los países del "centro" o en los de la "periferia", por lo común economista o sociólogo de instituciones científicas o religiosas (a veces es lo mismo), y casi siempre europeo o norteamericano- se imagina que es representante, naturalmente, del Tercer Mundo. Luego habla, escribe y piensa, en nombre del Tercer Mundo. Todos los que no sustenten su opinión, hablan en nombre de los ricos y no de los pobres de la tierra, desarrollando de este modo una patología invulnerable a toda critica.

La pretensión obsesiva de que el no representa sus propias opiniones sino a los pobres de la tierra, le da una seguridad que impresiona a públicos recién iniciados, especialmente en Europa, donde hay muchas personas que padecen del complejo de inferioridad de vivir a costa del Tercer Mundo, aunque ellos mismos tengan apenas lo suficiente para comer. En la mayoría de los casos se trata de personas egocéntricas que nunca han tenido sensibilidad para hacer estudios concretos en barrios pobres, en aldeas, o en calles de lo que ellos se imaginan es, o "debe ser", el Tercer Mundo. Y tienen razón para evitar ese contacto. Pues si lo tuvieran, se darían cuenta que al interior de su abstracta construcción -el Tercer Mundo, o el Mundo en Desarrollo- hay miles de mundos que no corresponden con sus utopías, que son, como casi todas las utopías, simples proyectos de control sobre las personas.

El fin del modo de producción maquinal, también llamado industrialismo, significa también el fin de la idea de desarrollo, en tanto el desarrollo surgió y fue concebido como un PROYECTO INDUSTRIALISTA.

Sin industrialización no habría desarrollo, y viceversa. Por esa razón los desarrollistas intentan encontrar un concepto que supla el de desarrollo industrial y que salve el de desarrollo, pues sin esa palabra miles de institutos "para el desarrollo" deberán cerrar sus puertas. Ecodesarrollo; desarrollo autosustentado; etnodesarrollo; desarrollo a escala humana, etc. En vano. El término desarrollo esta demasiado asociado a su historia bio-histórica para que pueda ser salvado. El desarrollo, y en consecuencia, el subdesarrollo, eran los complementos internacionales del modo del producción maquinal. La propia lógica del desarrollo es la del maquinalismo. Desaparecido este último, el concepto de desarrollo ha perdido el lugar privilegiado que ocupo al precio de la ruina completa de pueblos y naciones; y con ello se irán de la faz de la tierra desarrollistas y tercermundistas, últimos representantes de la actividad misionera colonial que comenzó en el siglo XV.

La ausencia del ’desarrollo’ no es, sin embargo, el fin de ninguna historia. Pues si reemplazamos el concepto de desarrollo por el de FUTURO, abrimos espacios a múltiples actores sociales a los que se les negó la posibilidad de imaginar el futuro, en nombre, precisamente, del desarrollo, monopolio intelectual de elites científicas y políticas, de derecha, de centro y de izquierda.

Palavras-chave

teoria do desenvolvimento, colonialismo, industrialização


, América Latina

Comentários

Comparto con ustedes algunos conceptos del libro "La revolución que nadie soñó o la otra postmodernidad" de Fernando Mires (Ed. Nueva Sociedad, Venezuela, 1996); creo que aporta importantes elementos de análisis, en dirección a la formulación de una necesaria reconversión industrial de América Latina, a la revolución microelectrónica.

Fonte

Livro

MIRES, Fernando, La revolución que nadie soñó o la otra postmodernidad, Nueva Sociedad, 1996 (Venezuela)

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