Si transcribir un testimonio es una de las tareas más pesadas y delicadas de todo el trabajo de capitalización, lo ideal consiste pues en que sea asumida por uno de los participantes de la conversación, generalmente aquel que tiene el rol de oyente-grabador. Porque sabe de qué se habla y puede evitar muchos contrasentidos. Porque recuerda los tonos y los gestos y puede traducirlos en giros o en puntuaciones. Porque discierne más fácilmente cuando una idea está concluida y puede separar en párrafos. Etc.
El asunto de la puntuación es por ejemplo uno de los más riesgosos. La ausencia o presencia de un punto o de una coma puede parecer poco importante en el momento. Pero cuando luego se procede a corregir para pulir el estilo oral y hacerlo aceptable por escrito, esto puede acarrear buen número de malversaciones de sentido, más difíciles de detectar y -en consecuencia- más peligrosas que un verdadero contrasentido.
Desgraciadamente, pocas veces logramos conjugar todas las cualidades (entre ellas, la de u na mecanografía veloz) junto además con una disponibilidad infinita. Por ello recurrimos a menudo a terceros para la primera transcripción en bruto. A los criterios de selección de tales colaboradores (prioridad al conocimiento del medio y al trabajo a tiempo parcial, por encima de la calidad mecanográfica y ortográfica) pueden agregarse ciertas consignas para la transcripción y ciertas artes del oficio para la primera limpieza.
Antes que nada, por supuesto, estamos hablando de una transcripción por com putadora. Sino sería imposible multiplicar las versiones y correcciones como lo hacemos actualmente.
Esto acarrea una primera consigna, tan simple, tan evidente… y sin embargo ¡tan poco respetada! En la medida en que tengamos que jugar con el texto, da rle una forma y después otra, necesitamos una mecanografía de computadora y no de máquina de escribir. ¿Es decir? Aún cuando los teclados sean casi semejantes, las lógicas de gestión del espacio divergen enormemente. Por ejemplo, el cambio de línea es automático: el hábito de regresar manualmente el carro al final de cada línea complica luego las cosas. Por ejemplo, no se demarca un párrafo comenzándolo por una tabulación sino dándole una orden específica: si se quiere cambiar luego, habría que suprimiruna a una todas esas tabulaciones, en cuanto se pueden transformar cientos de párrafos en pocos segundos… En los Andes, pasé horas y horas de mi vida suprimiendo en textos de computadora las manipulaciones al estilo « máquina de escribir ».
Habrían mucha s otras consignas posibles, sobre la longitud de párrafos y muchas otras cosas… Pero existen ciertas artes del oficio para enfrentar los errores.
En primer lugar: la mejor corrección es aquella que se hace volviendo a escuchar la grabación. Eso exige t ener a mano el transcriptor de casetes. O tener dos. Lo cual sucede pocas veces. Pero, incluso sin eso, se puede comenzar por todo un trabajo mecánico que ayude a recorrer el texto sin presión y a descubrir sus aromas.
Por ejemplo. Es más fácil tener que agrupar innumerables párrafos pequeños que encontrarse con un párrafo enorme. Sin embargo, es frecuente recibir un párrafo de muchas páginas sin interrupción: basta entonces con « buscar » el punto (.)e introducir sistemáticamente ahí una marca de párrafo. ¿Faltan los puntos? Veamos los puntos y comas (; ). ¿También se han mandado a mudar? Pasemos a las comas (,). ¿Tampoco existen? Ahí sí es realmente muy grave y hará falta, de todos modos, volver a escuchar la grabación.
¿Las errores de tipeo y los de or tografía? Cada quien tiene sus hábitos. Basta entonces con iniciar la revisión, detectar aquellos errores que parecen repetirse y proceder con el comando « reemplazar » del procesador de texto. De mi parte, sólo después de esto comienzo a usar el correctorortográfico de mi procesador de texto.
Con esta labor mecánica, poco absorbente y que sirve a veces para « despertar el apetito », se obtiene un texto apto para ser corregido, para hacerse presentable, y que da ganas de mejorarlo.
comunicação, metodologia
, Paises andinas
Corregir, durante mis años de máquina de escribir, era una obsesión, una carga insoportable. Incluso, había adoptado un ritmo de escritura que me permitiera disminuir las necesidades de correcciones posteriores: intentaba evitar tener que volver a leerme.
Gracias a la computadora y al trabajo sobre la base de testimonios, corregir se ha convertido, al contrario, en un placer, una manía. ¡Qué placer demostrar así, con tareas aparentemente ingratas, su respeto por el autor y sus aportes! ¡Qué placer el de intentar devolverle algo bueno, algo agradable de mirar y de leer! ¡Qué placer el de sentirle enseguida estimulado, motivado para aportar más y mejor! Son todos estos placeres los que hacen las horas de corrección menos pesadas de cuanto pudiera creerse
Traducción de la ficha « Capitalisation : la transcription du témoignage et son premier nettoyage »