Varias veces me ha sucedido, desde hace diez años, proponerle a un candidato a la capitalización de la experiencia que tome una grabadora y registre todo lo que le cruza por la cabeza: los recuerdos, las impresiones, los entusiasmos y las iras, las ideas y las pistas para trabajar, las anécdotas y los sentimientos. Rara vez he tenido éxito.
Varias veces me ha sucedido, desde hace diez años, con las mismas personas o con otras, sentarme, poner la grabadora en marcha, decir algunas palabras y luego escuchar, sin más, interviniendo apenas, respetando incluso silencios demasiado largos, contestando a veces a la interrogante: « Anda, pregunta » con un « No, cuenta más bien lo que a ti te parece importante ». A menudo he logrado un gran éxito.
La misma persona qu e había permanecido bloqueada, sola frente a la grabadora, recuperaba de pronto toda su inspiración, todo sus ganas de decir o de desahogarse.
Pues no era tanto la grabadora la que frustraba la expresión, sino la soledad: uno se acostumbra más o menos a permanecer solo frente al papel; lo consigue mucho menos, o no lo consigue para nada, en lo que respecta a la expresión oral. Quienes saben hablar delante del micrófono son, en general, verdaderos profesionales, entrenados para dictar a una secretaria o para grabar por radio o por otros circuitos de difusión del sonido.
Entonces, ¿es posible el autotestimonio? En algunos casos puede ser. Pero en la mayoría de ellos, no.
Pues un elemento fundamental en el lanzamiento de un testimonio para la capitalizaci ón de la experiencia, es la « puesta en diálogo »: es la actitud y las ganas de compartir, de decir, sí, pero a alguien, a algún « otro » que, al principio, resulta demasiado abstracto. Este es precisamente el rol que cumple a menudo el testimonio oral en elcomienzo de un proceso de capitalización: la puesta en situación de diálogo para romper con formas de escritura (o de otras expresiones) demasiado rígidas, demasiado esquematizadas, como el informe, la tesis, etc.
El autor del testimonio tiene, entonces, necesidad de otro con quien dialogar, de una presencia que le afirme en su voluntad de decir y de relatar. Incluso si uno no más monopoliza la palabra, no se trata aquí de un monólogo: el otro aporta, por su capacidad de escuchar, su capacidad de estimular esa palabra, inclusive de estimular a veces el debate y la reflexión sin decir nada, gracias simplemente a todo lo que representa y simboliza.
En verdad, aquí se trata nada más que de recrear las condiciones usuales en que se dan los relatos sobre el trabajo, cuando -de vuelta a casa- uno cuenta a sus allegados alguna experiencia diferente, apasionante o nueva, cuando al reencontrar a los colegas uno siente la necesidad de decir y comentar.
Evidentemente valdría la pena recoger más bien (o también) e se tipo de « relatos en vivo ». Pero harían falta mucha disciplina a fin de no olvidar de poner la grabadora en marcha, mucha calidad a fin de no perder la espontaneidad. Yo mismo me reconozco incapaz de hacerlo.
Entonces, intentamos más bien ayudar al tes timonio recreando condiciones favorables al diálogo y a su registro.
rádio, comunicação, metodologia
, Paises andinas
¿Es entonces definitivamente imposible el autotestimonio? La pregunta está probablemente mal planteada. Lo importante no es tanto el « hacerlo todo solo », sino más bien el saber quién conduce la capitalización de la experiencia. El autotestimonio habría de ser un testimonio conducido por su propio autor. ¿Este puede ser ayudado? Tanto mejor, si es ayudado y no despojado.
Ocurre con el autotestimonio lo mismo que con otros muchos términos (y actividades) en « auto ». Se les confunde a menudo con el hecho de actuar solo, en cuanto la cuestión de fondo sería más bien: ¿quién decide qué?, o bien ¿quién hace qué? El autodesarrollo, por ejemplo, no es un desarrollo autárquico, sino un desarrollo conducido por uno mismo, en relación con otros.
Traducción de la ficha « Capitalisation : l’autotémoignage est-il possible ? »