La historia de cuando miles de estudiantes tomaron sus colegios, hablaron fuerte y remecieron los cimientos del poder institucionalizado
10 / 2007
El “movimiento de los pingüinos” (1) que el nombre que recibió el movimiento estudiantil secundario en Chile durante el año 2006. Este movimiento se inició como una toma de colegios (al terminar el primer semestre del año escolar), que reclamaba una mejora sustancial de las condiciones infraestructurales en que se desempeñaba la enseñanza, pero también, desde el principio, apuntaba a reformular la calidad de la enseñanza y el rol del Estado como agente en dicho proceso.
El diagnóstico que hacían los propios estudiantes era el de una crisis aguda en la educación chilena y un colapso total en el sistema público. Para enfrentar dicha crisis se debía apuntar al enfoque que la sustentaba. Esto es, la dependencia municipal de los establecimientos, que hacía evidente una creciente brecha entre los colegios de sectores más pobres y los que poseían más recursos (ubicados en sectores con municipios más adinerados). También, el Estado debía afrontar la educación con políticas a largo plazo más profundas y hacerse cargo de asegurar una calidad necesaria para el mundo de hoy.
El movimiento contó con la cercanía y simpatía de casi todos los sectores sociales del país, incluso, suscitó una amplia crítica, por parte del mismo gobierno, sobre el tema de la educación. Amplió su radio de acción a las universidades e institutos profesionales, que tomaron en consideración y reclamaron conjuntamente, (ya sea paralizando o apoyando las movilizaciones) acerca del enfoque que debía tener la educación chilena.
En concreto casi el 90 % de los colegios de Santiago adhirieron directa o indirectamente a la movilización convocada por los voceros del movimiento (colegios privados y municipales). Uno de los rasgos más notables fue la coherencia en la acción que mostró el movimiento durante todo el proceso y la representatividad que demostraban sus líderes.
El “movimiento de los pingüinos”, en cierto sentido, fue un llamado de atención en varios puntos: el primero de ellos, indudablemente, dice relación con el contenido y la realidad de lo que demandaba, pero también sobre la acción política efectiva, la forma de organizarse y de democratizar un movimiento. Quizás estos últimos aspectos tocaron la conciencia de la ciudadanía de una manera profunda y abrieron la credibilidad del accionar estudiantil en muchos sentidos.
Natalia Núñez es quien nos relata su experiencia, ella fue una de las estudiantes que participó del movimiento, estando en su liceo, en número 11 en la comuna de Las Condes. Ella cursaba tercero medio (17 años) y estaba a dos años de terminar su proceso de formación escolar. Quizás, a su corta edad, aún no tenga conciencia de los momentos que se vivieron, y de las repercusiones obtenidas en el ciudadano común, en la clase política y otros dirigentes. Quizás todavía no sepa lo que significó este movimiento para los que se identificaron con él. O quizás si lo sepa por haber participado en él.
El movimiento como ruptura, el momento separado de todo
“El conflicto ya es pasado. Tengo que recordar”, nos dice Natalia. “Parece que pasó hace tiempo”. Esa es la primera impresión que se le viene a la cabeza al ser consultada, en forma general, por lo sucedido en el conflicto estudiantil. Aquel que aconteció en Chile en el año 2006. El que pospuso de manera inesperada la normalidad santiaguina volviéndola más tensa, en el transcurso de un semestre. El primero de ese año. Ella recuerda ese episodio que marcó profundamente su vida y la de muchos en este país. Lo hace, sin embargo, como quien quisiese encontrar algo que quedó en alguna parte, un tanto alejado de la vida cotidiana. Ella piensa, por un momento, hasta que sonríe. Parece ser el instante en que ella puede hablar, el instante en que, lo que buscaba, ha salido al encuentro también para nosotros.
“Y sin embargo no fue hace tanto como parece” reflexiona al poco rato la estudiante que hoy se encuentra en cuarto medio, ultimo año de la enseñanza secundaria y antesala del mundo del trabajo o de la universidad. No fue hace tanto tiempo pero sin duda ya es pasado, porque lo que ahí se vivió simplemente ya no corresponde con la cercanía de lo que hoy se vive. Simplemente resulta lejano en la medida en que “ya no se vive así, ya no se trabaja así, ya no se comparte así. “Antes éramos más unidos y peleábamos por cosas que nos afectaban a todos. Hoy ya no, por eso, ya no hay movimiento” nos sugiere como advertencia.
¿Y los temas y demandas, terminaron?- preguntamos- “No, para nada, simplemente que ya no está presente la motivación y la organización para encararlas como se hacía entonces. Hoy los intereses son otros, los compañeros piensan en un futuro mejor para cada uno”. Muchos se dedicarán a la política después de haber mostrado una alta competencia para el oficio y así termina todo. Esto parece ser la conclusión lógica, como el despertar en el caso del sueño. Algo que inmediatamente nos compromete con el realismo pospuesto que se reinstala finalmente.
El movimiento significó un periodo de suspenso, de vértigo en que se impusieron cosas memorables. Un momento en que cado uno de los participantes pudo dar lo mejor de sí y darse cuenta de esa distancia que los separaba de la vida cotidiana. Esa distancia marcada por la falta de compromiso por el otro y de solidaridad.
“El movimiento fue lo mejor que ha pasado en este país. Sobre todo por la unión que se logró” nos dice la propia Natalia. Señalando que es, en este nivel, en dónde deben evaluarse las cosas en su justa medida, que nos habla de la presencia de una poderosa fuerza identitaria, de una proyección conjunta pocas veces vista en Chile en los últimos 20 años.
Este es el rasgo que resume lo que aconteció en el movimiento. Fue el espacio inusual que se abrió como un momento en la cultura de la normalidad santiaguina. Quizás sea esto, lo apartado del recuerdo, lo que se muestra lejano.
El llamado de la paralización, el inicio del momento
“Es a nivel de presión como se logran las cosas. Esa es la única forma de que te escuchen”. Ella atribuye la apertura al diálogo, en las medidas de presión y el paro. Es para ella la única forma de comenzar una conversación de este tipo. Más bien, de situar en un mismo escenario, a los que van a participar en él. Sin ese elemento, la alusión al diálogo se vuelve un llamado torpe o un monólogo que no tiene más vocación que la de perderse en el tiempo.
Es la presión la que verdaderamente ejerce el llamado, con ella, se sitúa el hecho como tal y acuden al llamado los actores. Es el poder el que debe sentirse interpelado por la paralización, el que debe poner una atención renovada, es decir, reconocer un acontecimiento nuevo y salir de la inercia que le provee el control completo. “Por eso la paralización sirve”, según Natalia como única forma de comenzar un diálogo de este tipo.
Con esa situación inicial se inaugura un tiempo de debate y de proyección “bastante inestable”. En ese lugar se cruzan diferentes voces que finalmente sobrepasan el sentido del movimiento. Natalia, pese a su corta edad mide con realismo esta instancia. Para ella quizás no es esperable que suceda otra cosa. El llamado está hecho, aparece la palabra. Pero el movimiento encuentra su equilibrio en condiciones que son precarias por naturaleza. De por sí, debe cumplir con la vocación del llamado esperando que “otros “, se hagan cargo una vez situado el trasfondo de todo el problema.
El movimiento como tal se centra en demandas que poco a poco se diversifican, se desordenan y terminan por acabar con la dinámica y el significado en que encontraban originalmente. “El movimiento posee esa instancia poderosa en el vínculo pero precaria en duración”.
La estabilización política del momento
Es clave el elemento de la presión y, en ese sentido, la evaluación de la politización del movimiento, no es del todo negativa, como podría pensarse al destacar un rasgo relevante del imaginario juvenil. Para Natalia, el elemento de la política, hace que el movimiento tenga alcances más duraderos en el tiempo. Y finalmente se canalice como una estructura con cierta viabilidad. Sin embargo, también reconoce que dicha implementación conlleva un cierto alejamiento de lo cotidiano del movimiento. La vivencia se pierde en el logro de esa estabilización y en el funcionamiento de la empresa política. Aunque ésta, gana cada vez más efectividad organizándose a su manera.
Hay que recalcar el sentido de esto último. No se trata de que la intromisión política desvirtúe el movimiento, se trata más bien de un asunto de lejanía. El momento político se sitúa en otro contexto. Para Natalia la “politización” del movimiento, por si sola, “no es algo malo ni bueno”. Ella no comparte esa visión apresurada de las cosas. Más bien, se trata de un asunto de niveles. La cuestión política parece modificar el escenario, como si estuviéramos refiriéndonos a dos realidades distintas, a diferentes mundos cuyo encuentro parece imposible. La politización se deja ver como una realidad aparte dentro de su propia lógica, con sus propias normativas, se percibe en este sentido, fuera “del lugar” del movimiento. La política gana a su manera porque es escuchada en otro nivel y eso es rescatable de todas formas.
Cambio del lenguaje, cambio del momento
Para Natalia la clave del movimiento también pasaba por “medir las exigencias”. Su interpretación de los hechos apunta a que se sobrepasaron los límites de la negociación viable. En este sentido, el mea culpa, apunta al exceso de demandas, particularmente, “de becas para rendir la PSU” (Prueba de selección universitaria, para ingresar a la educación superior). Una sobre carga de exigencias cambió, para ella, el carácter del movimiento, y terminó por disolver “lo otro”, aquella figura, que a su parecer era mucho más viable, más unificadora.
“El interés de trasformar la educación, de convertir la jornada completa en una jornada completa real”, finalmente sucumbió ante esta “centralización” del movimiento en el problema de las becas. “Peticiones desmedidas y perdida del horizonte de lo que era posible exigir en ese momento” son los factores, que a juicio de la propia Natalia, significaron el comienzo del fin.
¿Significó esto, que no se consiguieron las cosas? La respuesta de Natalia es negativa. Se consiguieron todas las becas que se necesitaban, todas las que solicitaron, hasta el punto que se obtuvieron en exceso. Sin embargo, en ese mismo momento, se puede decir que el movimiento comienza a perder su ritmo propio y a decaer como tal. La pérdida del carácter del movimiento es lo que se vio afectado por esta situación, por este “nuevo modo de enfocar las cosas”
La fuerza del momento
“La fuerza y viabilidad del movimiento venía de la unión”, subraya Natalia. Básicamente de la unión en base a convicciones y el trabajo dirigido en ese sentido. La fuerza del movimiento y, el hecho de que ahí “todo era posible”, tenían como fundamento la capacidad de reactualización. Eran las posibilidades de acción y las metas las que se revisaban a partir de lo acordado o diagnosticado en las propias bases. Este no era un elemento “característico” del movimiento, algo así como su peculiar forma, sino más bien, su centro de gravedad. “El movimiento coordinaba todas las proyecciones, los análisis, las pautas de acción en distintos niveles”. A partir de ahí concurrían, en base a esa misma solidaridad, a reformular las mismas condiciones de trabajo. El movimiento “sacaba su fuerza del suelo en que se apoyaba”. La solidaridad era su punto de partida y de llegada. Al centrarse las demandas y contraponerse un tipo de acción, en base a intereses más “inmediatos”, el movimiento perdió su fuerza y “se transformó en otra cosa”.
El compañerismo, la colaboración entre pares, la democratización de las bases y la representatividad de los líderes (uno elegido en cada nivel de curso y colegio) hacían que todo funcionara con fuerza.
Estos elementos hacían que el trabajo y las metas se mantuvieran unidos en un ambiente de transparencia y de certidumbre, en la incidencia de lo realizado en el ambiente social. “Todo esto, hacía del movimiento algo difícil de derrotar”.
La debilidad del momento
Integración y diferencia en todos los niveles (cursos, colegio, agrupación de colegios comunales, regionales, nacionales) eran componentes esenciales en la articulación de estas prácticas. Estos componentes daban vida a la posibilidad de democratizar el accionar.
Las demandas “inmediatas” cambiaron la forma del movimiento. Al alterar su lenguaje, lo hicieron parte del grupo de demandas naturales con que debe contar todo individuo en su progreso material. Esta nueva perspectiva de las cosas, se entendió como una nueva etapa y por ello finalmente, el movimiento se cerró sobre sí mismo. Hay que ser reiterativos en este punto, lo que era el movimiento, su forma de ejercer poder y de organizarse internamente, fue el producto del modo en que se ejercía la solidaridad. Y los vínculos para la acción. Una vez que estos se modificaron, afectaron la lógica y la interacción con la consecuencia de “desencanto”.
La forma del momento en el marco de lo que se buscaba
El movimiento estudiantil articulaba sus demandas principales: “el cumplimiento de una jornada completa con talleres, el mejoramiento de la calidad de la educación, el pase escolar gratuito para toda la enseñanza secundaria, el mejoramiento considerable de la infraestructura educacional”. Básicamente en condiciones de revisión completa de los objetivos de la educación en Chile y del rol que le competía al Estado en dicho proceso.
No hay que olvidar que una gran parte de las demandas señaladas por los propios estudiantes, se encontraban supeditadas a una revisión del “enfoque municipal” (es decir una división de los colegios y liceos según la comuna en que se encuentran, con los fondos y dirección de los municipios respectivos a dichas comunas) que aborda como paradigma a la educación escolar en Chile. El tema de fondo que agrupaba todas estas demandas pasaba por una revisión completa del sistema en Chile, por una reinterpretación de sus fundamentos más básicos. Esto, no podía hacerse, sino en una estructura capaz de sostener el diálogo de esta manera. Esta forma de ejercer el poder debía, por tanto, resguardarse y ser altamente “reconstructiva” y “productiva” en su manera de mirar las cosas. Nada mejor que un sistema organizativo que diera cuenta de esta forma de hablar desde su interior en el seno del movimiento.
La forma en que se planteó el diálogo, el acercamiento al poder, característico de este movimiento, buscaba generar un medio con alta capacidad de autorreflexión. La invitación era a que el Estado tomara en consideración al sistema educacional en su conjunto y, eso sólo podía lograrse, en el marco de este movimiento y con esas características. En un movimiento que hablara desde “este lenguaje” que se consideraba necesario
Natalia recalca que el hecho de esta viabilidad, la realización de las cosas de esta manera “depende siempre de hacerse escuchar como lo hizo este movimiento y no en las demandas particulares que de él surgieron posteriormente cerrando el diálogo. Sobre este mismo asunto ella agrega, “nada de lo “concreto” cambió”. Esto último podría parecer como una contradicción al lado de las reivindicaciones que ella misma reconoce que se lograron, dentro del proceso mismo de negociación. Pero no lo es, “las cosas concretas que ameritaban perder clases y atrasarse” debían ser las cosas del acceso a la educación, del enfoque global y los grandes objetivos que debe plantearse el Estado en dicha materia. Cuestiones que, nos dice Natalia, siguen aún pendientes. “Porque lo importante eran las demandas de fondo”, demandas que tendrán que resolverse, en algún plazo no muy lejano cuando el movimiento tome la forma necesaria para dicho proceso.
El movimiento no ha terminado, ¡¡el momento sigue latente!!
“La forma de ejercer poder”, sigue latente. De alguna manera el movimiento estudiantil conoce las vías para enfocarse en esta dimensión del problema, en la cual se debaten las cosas de fondo de la educación. Sabe conducir este proceso, porque es producto de la fase organizativa del movimiento estudiantil. En un comentario bastante sugerente Natalia nos señala que “el movimiento no ha terminado” que se encuentra en una especie de receso o mejor dicho, en un estado de quietud, dada la normalización y la individualización de la vida diaria. Pero es esperable, que en un plazo no determinado con exactitud, se rearticule generando las consecuencias conocidas por todos.
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, Chile
Reforma educacional: algunos aportes para la comprensión del estado de la educación en Chile
Según la propia Natalia, el trabajo del movimiento tuvo dos fases: “la fase propia del movimiento, de los grandes temas, y la parte de la negociación de los beneficios concretos”. Esta última parte es la de la salida del movimiento, la parte que, si bien es importante, pertenece a otro ámbito de cosas, a otra forma de entenderse con el conflicto. Este ámbito es el de los requerimientos de las demandas por mejoras en las becas, dinero para los colegios, para infraestructura.
La primera fase es la que plantea el tema de la desigualdad en la educación chilena, que busca replantear el tema de la calidad y la preocupación del Estado en dicha calidad. En esta definición es en donde al Estado le compete pronunciarse sobre su rol en la participación de la educación. En esta definición se juega también la forma en que el Estado se concibe a sí mismo. Si pretende ser un agente regulador del mercado y las oportunidades o si prefiere potenciar propuestas de largo alcance para el país.
Participar de los grandes temas significa encarar el poder desde un punto de vista diferente al técnico. Significa entrar en un plano de auto definición y observación del conjunto, que requiere el compromiso con la “amplitud” del espectro social. Requiere a su vez, apertura a la confrontación por sobre el simple acuerdo. En esta definición se señala en resumen si el Estado pretende hablar desde una posición más bien autoritaria y conocedora desde el punto de vista técnico o si pretende dar una amplia cabida al juego de los distintos poderes que son capaces de generar los actores.
Las consecuencias de este acontecimiento son amplias para el ejercicio del poder democrático en Chile. De éste dependerán las instancias de participación y su real identificación con los órdenes de poder que recorren la sociedad. Dependerán también, además del acercamiento entre sociedad y Estado, el desarrollo de rasgos participativos que dicen relación con el sentido que pueda tener para la ciudadanía el ejercicio del poder.
Fuente y contacto de la experiencia: Natalia Núñez, alumna de cuarto medio del Liceo nº 11 de Las Condes de Santiago de Chile.