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Construir la ciudad para y por los ciudadanos: El derecho a la ciudad en África

Joseph FUMTIM

2010

El derecho a la ciudad es actualmente un concepto emergente en los discursos militantes que cuestionan las deficientes políticas urbanas ultra liberales. Se plantea mediante un pleonasmo: el simple hecho de existir otorgaría al ciudadano la libertad de ejercer su ciudadanía sin otros requerimientos. No obstante, el correr de la historia, acelerado por numerosas coyunturas, ha apartado al ciudadano de su dignidad, hasta el punto en que debe buscar nuevos métodos para ejercer su ciudadanía urbana. Es decir, deben generarse mecanismos de adaptación que le permitan apropiarse de la ciudad, transformarla a su manera, con el fin de beneficiarse equitativamente de sus recursos. Pues la ciudad no es solo caos, monstruosidad o una máquina compresora e inexorable. Es y debería ser una veta cuya riqueza se exprese en términos de infraestructura, redes sociales, de economía… Posee tantas oportunidades de integración y de realización de sí misma que deberían estar a disposición de cada habitante de la ciudad mediante el trabajo de las instituciones.

Desde este punto de vista, cuando planteamos el problema del derecho a la ciudad hablamos del derecho a la vida. En efecto, más allá del aspecto meramente especulativo y normativo, el derecho a la ciudad busca garantizar al habitante la posibilidad de satisfacer dignamente sus necesidades biológicas, tales como beber, comer, respirar y excretar; la libertad misma de habitar su ciudad, de hacer cuerpo con ella.

A continuación, nos esforzaremos por explorar las condiciones de enunciación y de surgimiento del derecho a la ciudad, y por presentar los retos que plantea este derecho en el marco global de gobernanza urbana de las ciudades africanas. Aunque la intención es hablar de África en general, la mayor parte de los ejemplos provendrán del caso de Camerún.

Una urbanización que estalla en fracciones, forclusión y exclusiones

Al observar la urbanización de muchos estados africanos y particularmente del África Subsahariana, salta a la vista el crecimiento exponencial de espacios de forclusión, es decir, de lugares, prácticas y medidas que condicionan psicológica y jurídicamente al ciudadano para la incomodidad. La buena convivencia ya no es la norma. La seguridad psicológica que antaño suavizaba las relaciones entre el ciudadano y su ciudad ha volado en pedazos. Concretamente se observa no solo en el riesgo de demoliciones y desalojos forzados, sino también en esas cintas rojas indicando estacionamientos exclusivos, reservados o pagados, etc. Dicho de otra forma, asistimos a una proliferación de zonas vedadas que amenazan a las necesidades biológicas citadas más arriba.

Esta señalética indicando zonas comunales prohibidas demuestra la constricción espacial y la confiscación urbana que afecta a los ciudadanos africanos, particularmente a los más pobres. Cuando se observa una ciudad como Yaundé resulta preocupante el desequilibrio que se produce entre la construcción de estacionamientos pagados y la extensión de pistas y carreteras, entre la prosperidad de los centros de acumulación e intercambio capitalista frente a los espacios menos mercantiles (los barrios pobres). En los espacios marginales, las condiciones de vida no revisten ningún interés para el capitalista de tipo neoliberal, quien valora la riqueza en materia gris (como las redes sociales) por sobre la riqueza comercial.

Sin embargo, cabe señalar que esta ordenación del territorio urbano se hace acompañar por un dispositivo de represión similar al observado en África del Sur en los tiempos del apartheid.

Esta dinámica, que concita un amplio apoyo desde las más altas esferas del estado, va generando y reforzando la segmentación urbana entre facciones cada vez más radicales y enfrentadas a problemas con potencial altamente violento y conflictivo. Durante las “rebeliones del hambre” acontecidas en febrero de 2008, se constató y deploró que los sectores urbanos más violentados fueran los barrios ricos. Una famosa obra teatral, El don del propietario (“Le Don du Propriétaire”, 2003) del camerunés Wakeu Fogaing, recientemente llevada al cine por su compatriota el director Serge Alain Noah, había ya visualizado esta perspectiva. En la obra, el señor Vartan, rico habitante de una capital africana contemporánea, sorprende en plena noche al hijo de su vecino en la ventana de su esposa. Se cree engañado por ésta, pero entonces el ladrón le asegura simplemente que lo que busca es llevarse “una parte” de la insolente riqueza en la que se goza de tanta abundancia, mientras que todos a su alrededor mueren de hambre. La lucha de los pobres por la sobrevivencia está íntimamente ligada a la rabia hacia los ricos, a la posibilidad de pensar en despojarlos de sus riquezas mediante robos simbólicos o reales. Es sobre esta base que se deben observar ciertos actos vandálicos, no como acciones de despojo sino más bien como formas de protesta ante el orden social.

A esta fragmentación progresiva se suma el crecimiento al margen de un segmento de la población que podría considerarse como “escoria urbana”, precisamente las personas que ya no presentan ningún interés para el dispositivo capitalista. Desde hace algunos años, el delegado de gobierno ante la comunidad urbana implementa obras públicas en Yaundé con el objetivo explícito de “modernizar” la ciudad arreglando las vías de circulación y “saneando” los barrios catalogados como insalubres. Ahora bien, si se observan escrupulosamente estas acciones se puede entrever que a los más pobres se les niega la ciudad. Víctimas de ostracismo, los pobres están siendo empujados hacia los márgenes, donde “sobre-viven” o en realidad “sub-viven” en condiciones a veces inhumanas. Entonces la demanda por el derecho a la ciudad es también por el derecho a la vida.

Esta deriva es tal que muchos ciudadanos africanos viven en su propia ciudad como pasajeros en tránsito, o incluso como ocupantes de campos para refugiados. Están sin estar. Las múltiples frustraciones, la inseguridad respecto al acceso a la tierra, el aceleramiento de la historia (1), fortalecidos por el desarrollo de tecnologías, los pasos agigantados del capitalismo y la masificación del consumo desgastaron poco a poco su territorio propio, en el sentido del concepto de “inseguridad de los territorios”, del arquitecto y filósofo francés Paul Virilio. Estos habitantes de la ciudad han perdido las nociones de proporción, dimensión, enormidad, tamaño, y viven actualmente en una incómoda red de relaciones humanas y ambientales, en una especie de trampa enmarcada por la claustrofobia a un lado y la agorafobia en el otro.

De la depredación urbana: ¿Nuestras ciudades están a la venta?

La pregunta fue planteada por un grupo de investigadores (2) al constatar en ciudades africanas la colusión entre autoridades locales y el mundo de los negocios. En efecto, los rodoviarios, los mercados populares, la distribución del agua, esos espacios y recursos que permiten a los más pobres sentir con menos rigor el ardor y la austeridad urbanas, se privatizan progresivamente. Esta retirada gradual del estado corresponde al debilitamiento en la imposición del poder público, que ha sido hábil y maliciosamente transformado en el debilitamiento de la responsabilidad pública para con las vidas de los ciudadanos. Es lo que parece prepararse para las sociedades urbanas de las ciudades del África negra, donde la colusión entre sectores públicos y privados viene a privilegiar los intereses particulares en desmedro del interés público. Esta corrupción o este sometimiento de las autoridades locales al capitalismo provocó la inversión de valores y referentes, modificando e imponiendo nuevos parámetros en la relación pueblo-ciudad, lo cual tuvo consecuencias sobre la percepción y el contexto de los itinerarios sociales. En los años sesenta, tanto en Camerún como en muchos países de África Central, las disensiones entre lo urbano y lo rural se reflejaban en los itinerarios migratorios de acumulación de bienes tanto simbólicos como económicos. Así, en muchas tribus, como por ejemplo los Bamileke de Camerún, el pueblo era el espacio primero de valorización de la riqueza y la notoriedad, mientras que la ciudad era considerada como una suerte de segunda zona, un espacio no burgués (3) de exploración y conquista de bienes acumulables. De esta manera el pueblo podía ser el centro y la ciudad la periferia. Nuestras ciudades funcionaron bajo este modelo hasta la llegada del capitalismo total.

Mas la implantación del capitalismo en todas las relaciones productivas contribuyó a que hoy en día suceda lo contrario, radicalizando divisiones que los dispositivos sociales moderaban incesantemente. Las ciudades para los ricos y los pueblos para los pobres (4). Parece un lema, pero explica perfectamente la situación. En realidad, tras la puesta en marcha de los programas de ajuste estructural bajo la bendición de las instituciones de Bretton Woods (FMI y Banco Mundial), la ola de privatizaciones de los servicios públicos transforma a los estados en depredadores de sus ciudadanos, particularmente de los más pobres. De hecho, el acceso a la justicia y a la seguridad se entorpece y obstruye constantemente, propiciando la corrupción y el clientelismo. Si tomamos como ejemplo el acceso a los derechos económicos en Camerún, constataremos que para los más pobres éste se encuentra sometido a una cadena fiscal restrictiva. En semejante mecánica, los pobres se transforman en un elemento del dispositivo capitalista, en el cual pueden ser al mismo tiempo consumidores y consumidos. Consumidores porque se debe mantener el método “Justo-a-Tiempo – Stock cero” (5) favoreciendo el consumo masivo, recurriendo a medidas incitadoras como las rebajas, los remates… Consumidos pues la capitalización fiscal que se desarrolla alrededor de estas iniciativas no tiende naturalmente a beneficiarles, sino que juega en su contra. Consumidos, pues todas estas iniciativas son succionadas o fagocitadas por el pulpo capitalista, cuyos tentáculos se incrustan hasta las esferas más insospechadas. Lo que llamamos depredación urbana es el conjunto de todos estos procesos y maniobras, complots y ultrajes, una especie de hechizo y vampirismo político. Cómo comprender por ejemplo el desmantelamiento del comercio en la vía pública bajo el pretexto de saneamiento, si este comercio informal proporciona el 10% de las recetas fiscales urbanas.

Megalopolización, una trampa urbanística en África Las megalópolis africanas, como Lagos, El Cairo y muchas otras en vías de serlo, constituyen para los habitantes de las ciudades un auténtico desafío: ¿Cómo vivir, o qué hacer, ante semejante gigantismo? La lectura de novelistas nigerianos de los años setenta u ochenta (Buchi Emecheta con The Bride Price, Nkem Nwanko con My Mercedes is Bigger than Yours), así como escuchar las canciones de un Fela Anikulapo Kuti, ilustran perfectamente las confusiones y enredos con los que, ya en esos años, los ciudadanos enfrentaron el fenómeno urbano que es la megalópolis. En estos textos, Lagos es presentada como una “ciudad cruel”, una jungla, no una urbe, donde la cultura y todo lo que puede parecerse a un estilo de vida tiene más bien el aspecto del estado de naturaleza en el sentido hobbesiano. Una situación donde la cultura de lo urgente es predominante, donde el hecho de arreglárselo y encontrar soluciones aproximativas caracteriza todos los actos cotidianos del ciudadano.

En muchos países africanos, las megalópolis son un síntoma patológico y no un signo de éxito del urbanismo. Es cierto que acarrean enormes recursos en el plano económico, pero eso solo es provechoso para el sistema capitalista de esencia ultra liberal. Las multinacionales están interesadas en ellas únicamente para el lucro de su capital y obtener las mayores ganancias. ¿Y qué sucede con las desigualdades y los daños ecológicos que generan? Lo inquietante en este asunto es la contracción progresiva del ser humano sobre su entorno y la tensión cada vez más fuerte en las relaciones humanas, a causa de la mediación capitalista. Los habitantes están perdiendo el tempo de su propia ciudad. Son cada vez más insensibles a la respiración de su ciudad, sacudidos en un golpeteo urbano que crece permanentemente. La injerencia capitalista, la cultura de los flujos les hacen perder el control de su realidad. Así rompen con el pasado y con el futuro, sumiéndose en un presentismo delirante. Ahora bien, el tempo debería ser el de los hombres y no el de las tecnologías, el de los valores humanos como la solidaridad y no el de la voluntad capitalista.

Construir la ciudad para y por los ciudadanos

La reflexión en torno al derecho a la ciudad en África no podría obviar la necesidad de concebirla para y por sus ciudadanos. Sin este postulado, la ciudad africana se transformaría a la larga en ciudad de estructuras (capitalistas, tecnológicas…) y no en la ciudad de la gente (6). Es al menos la perspectiva que nos ofrece la evolución actual de la urbanización en el continente.

Esta reflexión se articula en torno a la redistribución de los roles de los actores que intervienen en el desarrollo urbano. Es a este respecto que “muchas voces abogan por un modelo de desarrollo basado en el dinamismo de la población, y no en extensos y costosos procedimientos de planificación urbana que se deciden en agencias mundiales o en los gobiernos. Varios países han comprobado la efectividad del desarrollo de la responsabilidad en comunidades pobres, de su capacidad de ahorro colectivo y del microcrédito” (7).

Considerando la evolución urbana en una perspectiva de co-producción, la ciudad se torna un valor compartido, así como sus sistemas de producción y apropiación. El derecho a la ciudad en África apela a una nueva socialización de los ciudadanos africanos respecto a ellos mismos y a su entorno. ¿Cómo hacer la ciudad habitable para sus ciudadanos? ¿Cómo facilitarles su realización en su propia ciudad, sin que estén obligados a emigrar hacia lejanías más aplastantes o simplemente más perjudiciales?

Este derecho a habitar reclamado por las poblaciones urbanas más pobres debe dejar de ser un anhelo para convertirse en un imperativo categórico. Una verdadera arquitectura jurídica internacional proporciona pautas para esta oportunidad (8), y ahora se trata de animarla, recurriendo a nuestra capacidad creativa. Tenemos el deber de imaginar, y es éste el momento de ejercerlo.

1 La masificación del consumo y el desarrollo de tecnologías ocasionan en los ciudadanos una confusión de referentes, al punto de perder el dominio sobre su realidad: “La inmediatez, lo instan táneo, lo omnipresente, el tiempo real que construye la historia han hecho desaparecer al espacio real, la geografía”, Paul Virilio en Radio France Internationale (Programa radial “Idées”, 17 de mayo de 2009).
2 Bredeloup, Sylvie & Bertoncello, Brigitte y Lombard, Jerôme (Dir.) Dakar, Abidjan: des villes à vendre ? Éditions l’Harmattan, Paris, 2008.
3 Se entiende aquí por “burguesía” la notabilidad, es decir, prácticas y espacios de valorización (con o sin ostentación) de las riquezas. Por ejemplo, los Bamileke no realizan los funerales en la ciudad de residencia del difunto, sino que en el pueblo. En los funerales, todos los participantes exhiben sus bienes materiales y simbólicos, generándose con frecuencia derroches y engaños.
4 La escisión entre ciudad y campo se conjuga con la dualidad riqueza/pobreza. Ahora bien, se puede observar con el auge del capitalismo cierta radicalización de esta tendencia.
5 Según Paul Virilio, es el lema de la distribución masiva. Dicho de otro modo, vender todo, comprar todo. El sujeto social existe solo en cuanto logra insertarse en los circuitos de producción y de consumo masivo.
6 La arquitecta y profesora Teolinda Bolívar Barreto y su equipo de la Universidad Central de Caracas publicaron en los años 1990 - 2000 un boletín llamado “Ciudades de la gente”. ¡Aunque redundantes, estas expresiones son necesarias!
7 Grégoire Allix, L’urbanisation comme moteur du développement?, Le Monde, 22.07.09.
8 Entre ellas, la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”, la “Carta Africana sobre los Derechos Humanos y de los Pueblos”, así como la mayor parte de las Constituciones Nacionales del África francófona.

Mots-clés

relations secteur public secteur privé, politique de la ville, inégalité sociale


, Afrique, Cameroun

dossier

Droit à la Ville

Notes

Este articulo se puede leer en inglés y en portugués

Source

Texte original

HIC (Habitat International Coalition) - General Secretariat / Ana Sugranyes Santiago Bueras 142, Of.22, Santiago, CHILI - Tel/fax: + 56-2-664 1393, + 56-2-664 9390 - Chili - www.hic-net.org/ - gs (@) hic-net.org

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