Producción apícola como alternativa productiva y reordenadora del uso de los recursos

Como parte de mi Programa en desarrollo iniciado a principios de los ’80 en Quitilipi, provincia del Chaco, en 1991 la "Coordinadora de El Tacuruzal" organización mutual y de servicios de los agricultores del lugar evalúa a la producción de miel como una actividad complementaria al monocultivo del algodón.

A ésta se le reconocen posibilidades debido a que: es un producto poco perecedero y puede acopiarse; contribuye a la alimentación familiar; existe mercado local y provincial debido a que la provincia no se autoabastece. Por otro lado, el planeamiento y la atención cuidadosa que requieren las colmenas demanda un proceso de capacitación contínua y avance gradual que en caso de mantenerse a través del tiempo es capaz de lograr transformaciones de mayor profundidad en las actitudes y aptitudes de los agricultores.

La capacitación y el conocimiento, el tiempo dedicado a la atención de la nueva actividad y la magnitud de la inversión económica aparecían inicialmente como las principales causas de éxito o fracaso.

A partir de un grupo inicial de diez interesados, hombres a los que se suma rápidamente su familia, se pone en marcha un pequeño fondo de Crédito Rotatorio en especie que permite adquirir 10 colmenas y equipamiento básico a cada uno. La producción es individual, siendo colectiva la extracción en la planta que "La Coordinadora" instala y administra, conjuntamente con un apiario.

Tres años después el número total de apicultores va creciendo gradualmente apreciándose un impacto que trasciende lo inicialmente previsto, a pesar que las irregularidades climáticas constituyeron un serio obstáculo en estos primeros años e impidió superar un rinde medio de 35 Kg de miel por colmena. Se obtuvo un producto de muy buena calidad y fácil comercialización a esa escala; se mejoró ostensiblemente la producción local de maíz y girasol debido al efecto polinizador de las abejas; se logró el aprovechamiento melífero de las leguminosas propuestas como "abono verde" para mejorar el suelo como consecuencia del monocultivo de algodón (Melilotus sp. sobre todo)y por último se avanzó notablemente en la comprensión de la consecuencia del empleo de plaguicidas en el medio ambiente y en la salud, aspecto no siempre visualizado.

Debido a que las abejas son altamente sensibles a los tóxicos, se hace obligatorio coordinar las aplicaciones de plaguicidas para evitar su muerte, factor que se transforma en el eje de un mecanismo permanente de relevamiento de esas prácticas, por lo tanto de su planeamiento a nivel zonal que involucra a todos los agricultores, de reflexión y capacitación sobre el funcionamiento del ecosistema y la salud.