Para los integrantes de las comunidades mineras amigo y enemigo son dos nociones necesarias que operan como principios ordenadores del campo de las relaciones sociales y afectivas. El enemigo es aquel que ofende el honor, asesina a un familiar, roba o incumple la palabra. Para ingresar en el juego del otro, del que asesino primero, « hay que, al menos, sino armarse por lo menos esconderse para no dejarse matar. Se entra por dolor, porque la sangre tira y por venganza ». Los factores que convierten a una persona en enemigo no son todos del mismo calibre. Dentro de éstos el más determinante es el vínculo de sangre. Este enemigo es relativo y depende de la posición que el individuo ocupe dentro de la estructura social. Para entender esto es necesario observar el comportamiento de los actores de la guerra cuando están en paz, pues es durante los momentos de tregua que aquéllos que se encuentran en la base de la organización militar no reconocen al mismo enemigo de aquéllos que están en la cúpula. En efecto, los patronos y jefes militares, quienes mantienen vínculos con otros sectores y un mayor juego político, manifiestan una mayor flexibilidad para redefinir a sus enemigos. Cuando pactan la paz lo hacen de palabra y esa palabra acota los límites del pacto. A ellos se les oye decir con frecuencia que la paz es un asunto de perdón y olvido: « Tapo, remacho y no juego más » (Estribillo de un juego infantil donde basta tocar un lugar seguro -previamente definido- para ponerse a salvo de la persecucion.). Esta relación entre persecusión y juego no la manejan los « rasos », quienes tienen grandes dificuldades para escapar a la definición unilineal del enemigo que, en ellos, esta anclada al mundo primario de los afectos. A medida que se desciende en la escala social el perdón y el olvido, decretado por los líderes, pierde fuerza y lo único que desea hacer el que se encuentra en posición subordinada es aniquilar a su enemigo. Lo anterior genera, durante las épocas de tregua, contradicciones internas que se traducen en enfrentamientos protagonizados por aquéllos que no logran redefinir a sus enemigos. Todo aquel que no participe de esa lógica guerrera y no defina sus enemistades es visto como potencial traidor pues, en términos del « raso », solo se puede ser leal cuando se tienen definidas las enemistades.
La guerra se ha convertido en Colombia en un escenario privilegiado para observar los comportamientos individuales y colectivos de diferentes grupos sociales. Para analizar las motivaciones explícitas e implícitas de los actores involucrados y para entender cuales son los factores que determinan la definición del enemigo y la variabilidad de las alianzas.
violencia, guerra, militarización
, Colombia, Zona Esmeraldífera
Dos conclusiones provisionales se imponen : la primera toca con la definición misma del enemigo cuando ella está, como en este caso, signada por « venganzas de sangre » o, en otros términos, por razones afectivas y « profundamente subjectivas » (Spillmann, 1991). La secunda toca con el problema de la imposibilitad de re-definir al enemigo por parte de las bases de estructuras militares profundamente jerarquizadas. (Hay alguna estructura militar que non lo sea?)y que tiene enormes efectos en la búsqueda (y la dificuldad)de la paz. En efecto, el país ha asistido impotente a la « falta de control » por parte de las « cúpulas » militares de sus propios hombres quienes se mueven con gran autonomía y no tienen « nada que ver » con los pactos de paz « negociados » por los « altos mandos ». Como lo señala la autora esta « disociación » con respecto a la percepción del enemigo, entre las bases y las cúpulas, puede extenderse a otras estructuras militares que se mueven más alla de razones « puramente ideológicas » (casi todas!).
El libro se llama: « Limpiar la tierra:Guerra y poder entre esmeralderos ».Ver Spillmann, K.:« L’image de l’ennemi et l’escalade des conflits ». Revue Internationale des Sciences Sociales.UNESCO. N° 127. 1991.
Libro
URIBE, Maria Victoria, CINEP, CINEP, 1992/09 (Colombia), « Sociedad y conflicto »
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