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Tsa’kob

Buscar la palabra, buscar el problema. I

Catherine MARIELLE

04 / 1994

24 de enero ENDEBLES HILOS DE TREGUA

En algún lugar de la selva Lacandona. - Queremos que calme la problema -dice el jefe de una familia tzeltal al pie de la loma donde tiene su casa. Habla pausado, pero no tranquilo-. Las mujeres están llorando, tristes. No podemos ir a vender gallina, no cosechar el picante que tenemos sembrado. Y los niños, qué va a pasar con ellos. Estoy preocupado por mis hijos grandes, los dejé en Oxchuc. Aquí somos nadamás veinte personas capacitadas, de labor.

Se trata de una colonia reciente, los niños crecen aquí pero sólo los más pequeños no nacieron en Los Altos. La selva en general está llena de niños. Sus papás son de la CNC, de la ARIC, o zapatistas, según el paraje. En este poblado no son nada de eso, pero sí católicos. Se quejan de la falta de abono y de que su frijol se está perdiendo.

- Ya tenemos rozeado para el maíz -agrega un muchacho bastante vivaz con camiseta de los Tigers-. Si ya podemos ir al campo para marzo vamos a sembrar la milpa.

Atrapados en sus rancherías, sin escuela ni transporte ni servicios, sin seguridad para salir de labranza. Dice el primer hombre:

- Estamos pena de eso. Ya tiene casi un mes y no hay salida, pero más pero que me vayan matar por ahí.

Esta ranchería de 103 habitantes fue la primera en un largo tramo donde hubo vida visible. Los caseríos del camino, nuevos, de láminas acanaladas brillantes y tablas de leña verde, aparecían sistemáticamente desiertos.

- Dependemos meramente de la CNC...Desconocemos lo que está sucediendo. Estamos incomunicados. Sabemos que si abandonamos nuestro ejido van a saquearlo. No tiene utilidad lo que estamos haciendo. Pensamos salir mañana. Nos están disponiendo a dejar nuestras cosas tiradas, porque ni modo que expongamos nuestras vidas...

Internándose más en la selva se llega a territorio de mayoría zapatista, por llamarlo de algún modo. Bueno, hasta hay retén, donde jóvenes serios, graves, deciden quién pasa y quién no. Están desarmados.

- Hicimos mítines, plantones, huelgas, y nada. No nos quedó más que las armas. Aquí tenemos veinte hectáreas para diez familias. Al otro año y otro año ya no alcanza.

Más adelante, en una comunidad muy animada, un anciano de paliacate rojo y raído en la cabeza ríe y hace comentarios en lengua. Se apoya juguetonamente en un bastón de varilla, vestigio de alguna edificación reciente. Parece duende.

Y niños, más niños que en ninguna otra parte, vistiendo ropas viejísimas, magistralmente parchadas con dos y tres telas distintas.. Otra cosa que escasea por aquí, por cierto, es hilo. "La hiladera", dicen las mujeres.

Un joven sonriente, irónico, nos exige identificación. Enseguida se refiere a lo mismo que hemos escuchado: el aislamiento, el bloqueo. Pero de aquí no se ha ido nadie ni se piensan ir. Consideran que ellos también merecen ayuda humanitaria, alimentos, ropas, que no llegan acá, se están acumulando en los pueblos grandes.

- Ellos no están en la chinga como nosotros. Hicimos el conflicto y ellos reciben la ayuda.

Siguen trabajando la tierra. No van a perder su frijol, de eso están convencidos. Como que llevan aquí casi veinte años.

Palabras claves

paz, guerra, guerrilla, campesino


, México, Chiapas

Notas

Extractos de la narración hecha por el autor, quien estuvo como reportero en la selva Lacandona en enero de 1994.

Fuente

Artículos y dossiers

BELLINGHAUSEN, Hermann, Revista Ojarasca, Ramón Vera in. OJARASCA, 1994/03 (MEXICO), 30

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