04 / 1994
Durante 1994 los mexicanos hemos vivido con la impresión de que cada una o dos semanas presenciamos un parteaguas de la historia del México moderno. Sorprendidos, temerosos y/o entusiasmados hemos sentido que todo ha cambiado. Quizá una mirada menos emotiva perciba que, en realidad, México sigue igual, que casi nada ha cambiado, que lo único nuevo es que el país necesita (puede)cambiar.
Por lo pronto, los indígenas, no sólo los de Chiapas, de todo el país, sospechan que se puede salir de la pobreza, que es posible ser escuchado, tratado como adulto.
El nudo dramático del espectáculo presentado en la Catedral de la Paz puede resumirse así: si quieres gobernar tendrás que reconocerme, con sus consecuencias.
Parece ser que este multimedia está teniendo un impacto didáctico sorprendente no sólo en Chiapas: indios y campesinos quieren que se gobierne con ellos. El resultado inmediato del sismo neozapatista, un resultado frágil, no es íntegramente asumido por ninguno de los actores participantes, y para muchos resulta inaceptable. Existe una nueva correlación de fuerzas entre los pobres del campo y el resto de la sociedad.
Este nuevo equilibrio todavía no encuentra apoyos para su estabilidad, pero ya rompió los viejos consensos. Hoy, la simulación de que no existen los indígenas es cada vez menos creible. El perfil étnico dentro del movimiento rural es más claro. Las demandas propiamente indígenas ya no están en los últimos lugares de las listas de organimos civiles y partidarios. Las exponen organismos indios, recientemente desempolvados, que insisten en el respeto a su cultura y el reconocimiento de sus lenguas. La demanda por la tierra se transforma en el reclamo del territorio -una geografía primigenia marcada por lugares sagrados- que no se vende ni se renta.
Ahora resultan insuficientes los ademanes aprobatorios que la representación campesina -sin haberle tomado la opinión a su base- representó ante las reformas al artículo 27 de la Constitución. La cantidad de hectáreas invadidas y por invadir así lo indican. Si la paz parece cercana, la gobernabilidad no. Requiere cambios. Porque lo que antes parecía justo y normal, para muchos ha dejado de serlo. La seguridad de los negociadores neozapatistas se está contagiando a otros grupos de campesinos e indígenas, que a nadie le conviene que se desborden. La invasión de predios de dos hectáreas indica que, aun sin balazos ni ejércitos beligerantes, las cosas se pueden salir de cauce. En Chiapas y muchas otras regiones piden nuevas reglas de juego (y como consecuencia, nuevas reglas para la vida campesina).
Estamos frente a una nueva gobernabilidad.
paz, guerra, campesino
, México, Chiapas
Transcripción integral del texto
Artículos y dossiers
Bermejillo, Eugenio, Revista Ojarasca, Nueva gobernabilidad, Ramón Vera in. OJARASCA, 1994/03 (MEXICO), 30
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