Janvier - Février 2005
Transformaciones sociales, políticas y culturales
Hasta –al menos- mediados de la década de 1970, en la gran mayoría de los países industrializados y en vías de industrialización, predominó la llamada matriz sociopolítica clásica (o nacional-popular) de la acción colectiva (Garretón, 2002). Esta matriz se caracterizaba por la interpenetración entre Estado y sociedad, conformando un actor que abarcaba a diferentes movimientos sociales al identificarse a sí mismo con el “pueblo”. El movimiento nacional y popular (Garretón, 2002: 9-10), en las diversas versiones en que se presentó en el mundo, fue considerado el sujeto único de la historia y se lo veía encarnado en el movimiento obrero.
Esta matriz sociopolítica, que articulaba y moldeaba la acción colectiva, sus actores (movimiento obrero, empresas, Estado, etc.) y el modo de resolución de las disputas políticas, fue desmantelándose en todo el mundo. Las transformaciones que llevaron al fin de un tipo de matriz que favorecía una articulación centralizada en el movimiento obrero tuvieron diferentes alcances en todo el mundo. En América Latina o África, el impacto de regímenes autoritarios y militares, así como reformas neoliberales muy impopulares, llevaron a una virtual desarticulación del modelo de sociedad industrial de Estado nación que buscaba plasmarse. En Europa, en cambio, su impacto se expresó en un retroceso en las capacidades del Estado para articular a los sectores antes incluidos en la sociedad, perdiendo gran parte de sus principios organizadores de la solidaridad (Rosanvallon, 1995: 10).
Más allá de las particularidades de cada región y proceso nacional, el desmantelamiento de la matriz que caracterizó a la acción colectiva en gran parte del mundo (al menos Occidental), se desarrolló en directa conexión con un proceso de transformaciones globales. La llamada “globalización”, es una dimensión ineludible en todo estudio que busque dar cuenta de algunas de las particularidades que han emergido en la acción colectiva. Pero, la idea misma de la globalización, es una sumamente debatida. No buscamos aquí desarrollar el extenso debate en torno a ella, pero sí presentar una serie de características que deben ser consideradas como inescindibles de las transformaciones sufridas por el capitalismo a escala planetaria.
Como Giddens dice, la “Globalización puede ser definida como la intensificación mundial de las relaciones sociales, lo que vincula a localidades distantes de una manera que los sucesos locales son moldeados por eventos ocurriendo a muchas millas de distancia de allí, y viceversa” (1991: 64). Sin embargo, la sola afirmación de que la globalización implica una intensificación de los vínculos, no nos permite dar cuenta de cómo se han transformado estas nuevas y más dinámicas conexiones. Es en éste sentido, que Robertson (1995) busca complejizar más el debate, alegando que erróneamente se asocia a la globalización con la imposición de una homogeneización mundial (lo que algunos llaman la “mcdonalización” del mundo). Según este autor, la creciente interdependencia es una proceso global que no se desarrolla en desmedro de la heterogeneidad local. Es decir, la homogeneización es un proceso de la modernidad (es la dimensión temporal), mientras que la globalidad debe ser entendida como la interpenetración geográfica de “civilizaciones” (su dimensión espacial). En este sentido, la globalidad creciente del mundo y su mayor interconexión, no puede ser vista como una necesaria difusión de la homogeneización de la modernidad Occidental.
En todas partes del mundo, las comunicaciones se han acrecentado, llevando a que en algunas regiones los jóvenes utilicen cada vez más las tecnologías de las comunicaciones. Este proceso de consumo creciente de este tipo de bienes tiene obviamente un efecto muy importante en el acercamiento de distancias y creciente vinculación de la que habla Giddens. Pero este efecto no debe confundírselo con una homogeneización de las juventudes. En el mundo, el uso y resignificación de las comunicaciones entre las juventudes, se ve adaptado a las especificidades de las realidades locales en las cuales habitan (Bennet, 2000). Es en este sentido que la globalización es un proceso dialéctico, donde la heterogeneidad local es intervinculada en un proceso mundial, yuxtaponiendo lo “global” (universal) y lo “local” (particular), definiendo por tanto una realidad “glocal” (Robertson, 1995).
Es muy común oír o leer en la prensa o medios de comunicación masivos la afirmación de que el mundo ha sido completamente transformado. Que vivimos en un nuevo mundo, donde los cambios son acelerados y sin aparente horizonte. Muchos estudios muestran como la creciente interconexión y vinculación glocal no anula ni desmantela la tradición asentada a través de los siglos en las culturas locales. La tradición se encuentra imbricada en el proceso de cambio, más aún la “Tradición nutre a la modernidad” (Lagreé, 2004: 106). El nuevo contexto de socialización que emerge en las juventudes actuales, no es el producto de una abrupta ruptura con el pasado, ni su asimilación a un patrón universal homogeneizador. La yuxtaposición de lo global y lo local convive con la absorción y resignificación de la tradición y la modernidad (Lagreé, 2004). Este complejo proceso implica una asimilación de patrones selectivos globales y modernos, y su imbricación con las particularidades locales y el stock de conocimiento acumulado en las generaciones pasadas y su tradición cultural.
El movimiento hip-hop de las favelas de Brasil es un claro ejemplo de lo que buscamos demostrar. Los jóvenes afro-brasileros conscientemente adoptan de manera selectiva una cultura juvenil transnacional (Gordon, 1999: 1). Aunque, de la cultura hip-hop de los Estados Unidos, adaptan a su realidad particular (reconociendo a sus antecesores locales) la ideología racial que influencia tan fuertemente al hip-hop del país del norte (Gordon, 1999: 2). Es importante destacar que la resignificación de un movimiento global a su realidad local, así como la adaptación del mismo a las tensiones y tradiciones pre-existentes de Brasil (donde el discurso racial es mayormente negado), no es exclusivo de los jóvenes.
La acción colectiva y el sujeto en el mundo actual
Toda esta serie de transformaciones y procesos de los que hemos hecho una breve presentación, tienen un efecto muy profundo en las relaciones sociopolíticas en las cuales los sujetos y actores colectivos se verán mayormente inmersos.
Desde la década de 1980, y más aceleradamente desde 1991 una vez disuelta la Unión Soviética, comienzan a emerger como actores centrales del nuevo mapa político las organizaciones no-gubernamentales (ONGs), los grupos extra-institucionales (grupos económicos, medios de comunicación) y los llamados nuevos movimientos sociales. Estos nuevos actores coexisten con los clásicos (sindicatos, partidos políticos, etc.), los cuales han perdido su significación social y se corporativizan. Es en este nuevo marco que las emergentes formas de acción colectiva se caracterizan cada vez más por la descentralización del Estado nacional e industrial como articulador social (Garretón, 2002). La gran variedad de formas de protesta y la menor estabilidad organizativa a través de extensos períodos históricos, denota la emergencia de nuevos actores no concentrados en un principio constitutivo central, inscribiéndose no sólo estratégicamente, sino también identitariamente (Rossi, 2005).
Debido a éstos importantes cambios, los individuos sufren la creciente disolución de los referentes de certidumbre que han caracterizado a las relaciones sociolaborales, familiares y políticas en los últimos 50 años. La desinstitucionalización de los marcos colectivos que estructuraban la identidad social e individual no es sólo producto del retroceso del Estado en sus roles sociales (Europa, Estados Unidos, Australia) o del fin de un patrón de desarrollo económico-productivo (Europa del Este, América Latina, África), sino que significa “… la desintegración de las certezas de la sociedad industrial [o sus equivalentes locales] así como la compulsión a encontrar e inventar nuevas certezas para sí mismo y los demás…” (Beck, 1994: 14). Pero, como Castel (1997: 472) afirma, esta individualización es un proceso bipolar. Los jóvenes que integran los sectores privilegiados de gran parte del planeta experimentan de manera positiva la progresiva individualización y necesidad de vivir la propia biografía de un modo crecientemente autónomo y reflexivo. Es un proceso donde puede ser que se favorezcan la autenticidad, libertad y realización personal sin las ataduras de trayectorias que parecían estar definidas por tradiciones y patrones extremadamente rígidos. No obstante, de manera simultánea entre los grupos menos favorecidos por las transformaciones de los últimos años, esta individualización compulsiva es vivida como una falta de marcos de referencia. En otros términos, la creciente falta de resguardos materiales y simbólicos (por las reformas neoliberales, las transformaciones del Estado y la precarización del empleo y la educación) hace que a muchos jóvenes les resulte muy penosa la emancipadora constitución identitaria. Por el contrario, se observa en muchos casos, el padecimiento de una situación de vulnerabilidad y caída social, viviendo las exigencias de individualización en términos de anomia y fragilización (Rossi, 2005). En resumen, mientras todos viven los cambios de los que dimos cuenta, estos no son experimentados de la misma manera, en algunos generando emancipación y autorrealización, y en otros fragilización y vulnerabilidad (Castel, 1997: 473).
Otro de los efectos que debemos considerar, es el de la constitución de ciudadanías múltiples (Held, 2000: 402). Tanto producto de la construcción cada vez más reflexiva de su identidad, como por la fragilización que la pérdida de resguardos produce, los jóvenes se encuentran inmersos en diversas comunidades de destino. En ellas se ven enfrentados a la necesidad de ser ciudadanos de sus propias comunidades (en la defensa de su educación, la exigencia de empleos y condiciones de vida dignas, etc.), como de otras más amplias. La creciente interdependencia hace del mundo un espacio donde las acciones, por ejemplo, contra el medio ambiente, posean efectos en lugares muy diversos y lejanos. Muchas veces esto involucra a los jóvenes en ciudadanías basadas en comunidades de destino globales o regionales (por ej. el ecologismo, como principio global, puede ser una comunidad de destino que una a jóvenes en diversas partes del mundo, aunque no se conozcan personalmente). También la interdependencia y conexión selectiva que producen las comunicaciones por la Internet, favorece comunidades de destino transnacionales. Como dicen Sarswahi y Larson, “…de muchas maneras las vidas de jóvenes de clase media de la India, el Sudeste Asiático y Europa, tienen más en común una de la otra que con la de aquellos jóvenes pobres en sus propios países” (2002: 344). Estas nuevas y diversas ciudadanías, así como la desarticulación del Estado como centralizador de las relaciones sociales, obliga a los jóvenes a redefinir el mundo en el que viven a fin de poder relacionarse de alguna nueva manera con él. Es decir, los obliga a construirse nuevas certezas que los contenga simbólicamente.
No afirmamos que en el marco de la matriz clásica no existieran riesgos globales (la amenaza de una guerra nuclear determinó gran parte de la historia reciente). Sino que una vez disueltas las certezas que producían las comunidades de partidos, se han extinguido las pertenencias “fuertes”, y el individuo no se reconoce más como parte de ellas. A su vez esto ha dado fin a las explicaciones acabadas y meta-prescriptivas sobre los riesgos globales. Es por ello que crecientemente los jóvenes y adultos se ven obligados a redefinir en términos individuales y ajenos a los meta-relatos clásicos su propia biografía y el modo en que buscarán incidir sobre ella.
El fin de las identidades “fuertes” y las biografías lineales
Una de las consecuencias más importantes es el fin de las identidades “fuertes”. Las identidades sociales y políticas son cada vez más efímeras y parciales, más fragmentadas y menos inclusivas. Ya no es posible afirmar tan fácilmente la existencia de identidades que engloben a una multiplicidad de actores y sujetos. Es igualmente relevante, el hecho de que la identidad de los sujetos ya no es más producto de la posición en la que se encuentra en la estructura social y los roles sociales que cumple. No es sólo un fenómeno entre los jóvenes, sino societario. Por ejemplo, ya no es común encontrar que un trabajador industrial manual se considere primordialmente “obrero” y sea necesariamente un actor sindicalizado y de izquierda (o populista). El fin de los meta-relatos y las comunidades de partido, así como la creciente reflexividad/ fragilización individual han disuelto la correspondencia unívoca entre lo social y lo político. Sin embargo, esto no implica que los individuos se encuentren completamente desencastrados de una matriz de relaciones conflictivas.
Complementario a lo anteriormente dicho, una consecuencia central es la independencia que las biografías han experimentado respecto de la inevitable linealidad biológica. En otras palabras, la relación entre biografía y biología/ tiempo vital no coinciden más. Excepto en sus extremos (nacimiento y muerte) la biografía de cada individuo se independizó de la inevitable linealidad biológica. Hasta la modernidad, todo individuo se veía compelido a vivir su existencia en un tiempo lineal y circular. Es decir, vivía su vida en una serie de fases claras y secuenciadas en tiempos circulares determinados por la naturaleza (ver Gráfico I). Estas secuencias podían ser las que ilustrativamente vemos en el Gráfico I, o salteando alguna etapa (generalmente niñez o juventud), pero el patrón claro y recurrente era el de la linealidad entre el desarrollo biológico desde el nacimiento hasta la muerte y el de las secuencias biográficas y su orden en correspondencia con el anterior.
Gráfico I: Modelo de vida moderno
La independencia de las biografías con respecto al curso biológico implicó que estas claras etapas determinadas por el entorno natural, perdieran preeminencia. Las biografías individuales son construcciones - como hemos visto- mayormente reflexivas, individualizadas, donde las identidades no son más “fuertes”, ajenas a una matriz sociopolítica centralizadora, en un escenario de creciente interdependencia y glocalidad, donde el Estado ha perdido su exclusiva preeminencia en la definición de los patrones de relación social. Estas reconfiguraciones han conllevado la complejización de las biografías, ya no es posible seguir afirmando que un individuo necesariamente vivirá estas etapas de la vida de forma lineal y una tras otra.
Gráfico II: “Percepciones de la juventud y la adultez”
Juventud | Adultez |
No adulto/ adolescente | Adulto/ desarrollado |
Haciéndose | Que ha llegado |
Ser pre-social que emergerá bajo las condiciones correctas | Con una identidad fija |
Carente de poder y vulnerable | Poderoso y fuerte |
Menos responsable | Responsable |
Dependiente | Independiente |
Ignorante | Con conocimiento |
Que asume comportamientos riesgosos | Que asume comportamientos considerados |
Rebelde | Conformista |
No autosuficiente | Autónomo |
Fuente: adaptado de Wyn y White, 1997: 12. Copyright © 1997 Wyn y White.
Muchos estudios (Smith y Rojewski, 1993; Wyn y White, 1997; Rudd y Evans, 1998; Wyn y Dwyer, 2000) muestran que patrones como la juventud “extendida”, la juventud o adultez “precoz” o el “avance y retorno” entre la juventud y adultez no deben ser vistas como “patologías” o “disfunciones”. Debe observarse en ellas las señales del nuevo patrón vital que caracteriza a la modernidad tardía. Lo que no implica que haya desaparecido el patrón moderno, sino que ahora convive con muchas otras opciones biográficas posibles. Como dice Melucci:
En la sociedad contemporánea, de hecho, la juventud no es más una mera condición biológica, sino una definición cultural. Incerteza, movilidad, transitoriedad, apertura al cambio, todos atributos tradicionales de la adolescencia como una fase transicional, parecen haberse movido mucho más allá de los límites biológicos, para convertirse en una ampliamente difundida connotación cultural que los individuos asumen como parte de su personalidad en diferentes etapas de su vida (Melucci, 1996: 4-5).
La adultez como condición predefinida bajo cualidades tales como las que figuran en el Gráfico II, ya no son un “punto de llegada” en la vida, sino una condición oscilante, relativa y transitoria como la condición juvenil. El sujeto actual vive su biografía de modo no-lineal, transitando por etapas donde existe una preeminencia de características generalmente asociadas a la condición de adulto (por ej., debiendo sostener económicamente a su familia), mientras en otros momentos se encontrará en una condición juvenil (por ej., como estudiante) o donde convivirán ambas (por ej., creciente independencia en el plano socio-cultural, en convivencia con dependencia económica). Un joven de Argentina lo expresa con claridad al explicar por qué resulta difícil llevar adelante una participación política constante y lineal: “[Existen] Mayores presiones en la vida familiar y social debido a las necesidades de mayor formación, formación continua, precariedad en los empleos, pluri-empleo” (entrevista citada por Balardini, 2005: 25).
Definición de la condición juvenil
Actualmente, por lo expuesto, resulta inadecuado continuar sosteniendo el mito de una juventud homogénea, en cualquiera de sus tres mitos más comunes (donde se identifica a todos los jóvenes con las cualidades de algunos de ellos). Estos son:
1. La manifestación dorada de los jóvenes (Braslavsky, 1986: 13), donde se tiende a identificar “… a todos los jóvenes con los ‘privilegiados’ –despreocupados o militantes en defensa de sus privilegios-, con los individuos que poseen tiempo libre, que disfrutan del ocio y, todavía más ampliamente, de una moratoria social, que les permite vivir sin angustias ni responsabilidades” (Margulis y Urresti, 1996: 14, n. 2).
2. La interpretación de la juventud gris (Braslavsky, 1986: 13), “… por la que los jóvenes aparecen como los depositarios de todos los males, el segmento de la población más afectado por la crisis, por la sociedad autoritaria, que sería mayoría entre los desocupados, los delincuentes, los pobres, los apáticos…” (Margulis y Urresti, 1996: 14, n. 2).
3. La juventud blanca “… o los personajes maravillosos y puros que salvarían a la humanidad, que harían lo que no pudieron hacer sus padres, participativos, éticos, etc.” (Braslavsky, 1986: 13).
La condición juvenil no es más una simple etapa en una secuencia lineal biológico-biográfica, sino que es una construcción sociocultural, históricamente definida y transitoria (Valenzuela, 1998: 38-39; Alpízar y Bernal, 2003: 13-14). Más aún, la nueva matriz y complejidad creciente así como el fin de los meta-relatos, hacen de la “Juventud (…) un concepto vacío de contenido fuera de su contexto histórico y sociocultural” (Valenzuela, 1998: 38). Su referencia situacional, hace de la condición juvenil un producto de procesos de disputa y negociación entre las propias representaciones de los jóvenes y aquellas externas (aliados o antagonistas).
Pese a que las transformaciones del mundo han hecho de la adultez como punto de llegada o culminación de estabilización una entelequia cada vez con menor sentido, no implica que el impacto de estos cambios hayan sido uniformes. La experimentación de una multiplicidad creciente de representaciones identitarias con las que convive la condición juvenil, presenta al sujeto inmerso en relaciones de disputa y negociación donde entran en juego, entre otras, el género, la etnia, etc. Es en este juego de relaciones donde se destacan dos dimensiones clave, las cuales deben ser consideradas. Por un lado, la condición juvenil se distingue de otras condiciones, como la etnia o el género, por ser transitoria, pero recurrente (si seguimos el nuevo patrón no-lineal). Su condición transitoria, no por ello, implica que carezca de especificidad.
Por otro lado, el que el sujeto juvenil viva las disoluciones de los principios de referencia como una emancipación o como fragilización y vulnerabilidad; define el que la condición juvenil pueda ser vivida como una moratoria social (ver mito 1) o sin esta cualidad. Muchos jóvenes de los Balcanes han sufrido la guerra, lo que –como dice una especialista en juventud de la Balkan Children and Youth Foundation de Macedonia- ha marcado sus vidas, ya que “… específicamente los jóvenes se han convertido en joven-gente-vieja (…) crecidos, maduros demasiado pronto” (Alexandra Vidanovic, entrevista). Sin embargo, éstos sujetos no pueden dejar de ser considerados como jóvenes en el marco de las relaciones sociales en las que se desenvuelven. Esto es así, incluso en casos donde no se presenten como estrictamente juveniles (ver Gráfico II); como sucede entre los jóvenes del África Subsahariana, donde el VIH/ SIDA los ha obligado –al perder a sus padres- a hacerse cargo de tareas antes reservadas a los adultos. Estos casos, por el contrario, pueden (como no) constituir una de las tantas posibles condiciones juveniles definidas por su contexto histórico y sociocultural de relaciones sociales.
En resumen, no creemos que la condición juvenil pueda ser definida por un rango etario, ya que éste carece de extensión explicativa universal, al no considerar entorno, relaciones sociales y particularidades específicas. La juventud es una condición social.
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La juventud en movimiento : informe sobre las formas de participación política de los jóvenes
Esta ficha está tan disponible en francés: La condition de jeunes face aux transformations de la société
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