El estado mexicano, siguiendo directrices de organismos internacionales de financiamiento y asesoría, ha decidido dejar de subsidiar el enorme entramado de procesos que tiene empantanado el quehacer campesino. No se pretende con esta medida (con anclajes legales en el artículo 27), deshacer este entramado para mejorar, sino transferir el control de éste a los acaparadores financieros.
El camino hacia la sustentabilidad implica compromiso con el futuro, pero enfoca dos puntos cruciales: producción diversificada de conocimiento y disponibilidad para una retroalimentación efectiva. Implica además demostración, practicidad, y la posibilidad de discusión. Es necesario por lo tanto, crear espacios para repensar y decidir, en un proceso y acopio de propuestas con posibilidades de debate, esto es de sustento: agrícola, técnico, político, ecológico y comercial.
Para que la agricultura sustentable sea posible, los intentos autogestionarios tendrán que rebasar lo meramente económico o productivo y de comercialización, so pena de quedar entrampados en las políticas macro que hacen que la lógica del mercado sea incuestionable. De ahí la crisis organizativa que tiene a muchos líderes y asesores pensando en cómo romper el cerco.
La autogestión, tiene que abarcar todo el quehacer cotidiano de la comunidad o región, tiene por lógica que incluír lo cultural.
Cultura es pensamiento crítico, maneras, costumbres y habilidades, los valores de uso y de relación.
Se trata de producir conocimiento y discutirlo. Es revitalizar lo histórico, el impulso narrativo de una comunidad que da a su sentido de relación más cotidiano, la enseñanza y el aprendizaje más directos. Propiciar todo aquello que rompa dependencias, generar y allegarse información, revitalizar tecnologías tradicionales, formas de cultivo en desuso, la utilización de alimentos alternativos, etc.
Gramsci, Freinet, Freire, Illich, Berger y Bonfil Batalla, apuntan todos en la misma dirección: la posibilidad de una autonomía comunitaria se rompe al desestructurar los tramados culturales comunitarios; los procesos de aprehensión de la relalidad son más importantes que los temas aislados; los valores de uso no mercantilizables deben estar al centro de una cultura y asignar valor sólo a aquellos bienes mercantiles que potencian esos valores de uso.
Los asesores de organizaciones campesinas tienen que dejar de pensar que son extensionistas (término muy descriptivo: extienden en ámbito del sistema, son los vendedores y promotores del mismo)y pensar en cómo retroalimentarse, como catalizadores de la discusión.
En este sentido, es correcto que las organizaciones y algunas ONG estén construyendo redes de asesores, líderes y expertos comunitarios. Ello vincula a la comunidad con información proveniente de lo macro y crea espacios de negociación y de presión conjunta. Pero el nivel micro, el trabajo de base, operativo en lo cotidiano y productor de conocimiento desde múltiples rincones, seguirá siendo ineludible.
Este artículo me hace pensar el trabajo de Evaluación Rural Participativa. Uno de los aspectos que podemos aportar a los campesinos en este trabajo es enriquecer la información sobre el contexto de las políticas campesinas. Demasiadas veces nuestra participación es limitada: llegamos, preguntamos, y devolvemos la información que nos dan más otro poco de conocimiento técnico, pero no logramos tirar los hilos hasta el nivel macro, y ayudarles (nos)a entender la causa de ciertas situaciones. Por ejemplo, el que sus tierras ya no produzcan no es resultado de su ignorancia, sino de todo un modelo tecnológico que ha resultado catastrófico en muchos sentidos.
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VERA, Ramón, ¿Cómo se Sustenta la "Sostenibilidad"? in. La Jornada del Campo, 1993 (México)
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