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El chavo más famoso de América Lanita

La contribución del Chavo del Ocho en la construcción de la identidad cultural latinoamericana

Yenisey RODRÍGUEZ CABRERA

07 / 2005

El Chavo del Ocho es un programa de comedia que fue transmitido por primera vez en México a mediados de la década de los setenta, en un momento en que las frecuencias de la televisión mexicana estaban monopolizadas por la empresa Televisa. Creado, escrito, dirigido y actuado por Roberto Gómez Bolaños —mejor conocido como “Chespirito”, apodo acuñado en franca alusión a William Shakespeare— el Chavo del Ocho se convirtió muy pronto en uno de los programas favoritos de la audiencia de este país y de otros en América Latina.

El planteamiento de este programa cómico fue muy simple desde el inicio. Enmarcado en una vecindad, organización de la vivienda típica de los barrios populares de la Ciudad de México, el programa giraba en torno a la vida de personajes comunes claramente identificables en el entorno del habitante de la capital del país: el protagonista, el Chavo del Ocho, un niño de la calle, muy pobre, que poseía un barril en el patio de la vecindad y cuyo único anhelo en la vida era una torta (emparedado) de jamón; Don Ramón (mejor conocido como “Ron Damón”), hombre de mediana edad, desempleado, vividor y tramposo que cada mes, sin falta, “quedaba a deber” el pago de la renta de su vivienda; la Bruja del 71, mujer de edad avanzada, soltera y sin hijos, prendada de su vecino Don Ramón y detestada por los niños de la vecindad dado su carácter amargo; la Chilindrina, astuta e inteligente hija de Don Ramón y amiga del Chavo; doña Florinda, madre soltera cuyos ingresos eran los más altos entre los vecinos, que tenía un hijo, Kiko, que despreciaba a los otros llamándoles “chusma”, y un pretendiente, el Profesor Jirafales, nombre que hacía referencia al hecho de que era larguirucho como una jirafa, quien les daba clases a los niños de la vecindad. Sin vivir en ella pero relacionados con la vida de los habitantes de ese lugar se encontraba el Señor Barriga, obeso cobrador de la renta de las casas de la vecindad, padre de un hijo, gordo también, de nombre Ñoño, que jugaba con el Chavo y la Chilindrina aunque éstos constantemente se burlaban de él.

Al Chavo del Ocho más tarde se unieron otros personajes de Chespirito, igualmente exitosos: el Chapulín Colorado, superhéroe torpe y atolondrado que siempre acaba con los malhechores y que debido a su fama en América Latina fue retomado para la creación de un personaje de la popular serie norteamericana de dibujos animados, “The Simpson”; el Doctor Chapatín, médico caracterizado por temer a la sangre y a la realización de los procedimientos clínicos que corresponden a su profesión; y el Chómpiras, ladronzuelo de poca monta que nunca logra dar un golpe maestro y acaba siempre en la oficina de la policía pero nunca es metido a la cárcel. Como se puede apreciar, no sólo la letra inicial ”Ch” caracteriza a los personajes de Gómez Bolaños: también lo hace su capacidad de meterse en líos para salir luego airosamente de ellos.

Parecería difícil creer que un programa imaginado, escrito y transmitido por primera vez hace más de 30 años continúe siendo tan vigente y tan visto por la mayoría de los latinoamericanos a pesar de que tanto su escenario como su lenguaje están planteados desde esquemas muy mexicanos. Incluso, la denominación del nombre del personaje de comedia más famoso del subcontinente es un localismo, pues hasta su transmisión en cadena nacional, la palabra “chavo” se circunscribía a la Ciudad de México y servía para nombrar a los niños y adolescentes, sobre todo entre las clases bajas y medias, desde donde ascendió hasta volverse parte del habla de la mayoría de los mexicanos.

Pero aunque la calidad, el contenido y el tipo de humor del programa puedan ser fuertemente cuestionados y criticados, el impacto que ha tenido el Chavo del Ocho y los otros personajes de Chespirito en la creación y recreación de la identidad cultural en México y en América Latina a lo largo de sus años de transmisión, difícilmente puede ponerse en entredicho.

En primer término, podemos afirmar que este programa incorporó muchas frases al habla cotidiana no sólo del mexicano sino del latinoamericano a pesar de que en ellas se puede percibir una fuerte influencia de la vida de la capital mexicana. Entre las más famosas y utilizadas encontramos las siguientes: “fue sin querer queriendo”, juego de palabras donde el aparente inocente termina aceptando su culpa; “se me chispoteó”, que sugiere que una palabra fue dicha espontáneamente, sin un propósito definido; “cállate que me desesperas”, frase multicitada ante la candidez de una persona; “chusma, chusma”, palabra peyorativa para calificar a las clases bajas; “es que no me tienes paciencia”, enunciado que se pronuncia ante la desesperación muy bien fundada de alguien ante la incapacidad que tiene otro para hacer bien las cosas; “síganme los buenos”, oración que se utiliza para indicarle a los demás, simplemente, que te sigan; “en fin, la idea es ésa”, palabras que se pronuncian tras nuestra incapacidad de desarrollar y comunicar claramente una idea a otra persona. Así, si a decir de los antropólogos y demás especialistas, el lenguaje es el primer referente para el estudio de la concepción del mundo que tienen las sociedades, entonces no podemos dejar de decir que este programa de televisión, a fuerza de la reiteración o por cualquier otro motivo, ha creado y recreado un lenguaje muy simple y elemental, alejado de las complicaciones gramaticales y semánticas e incluso a veces en franca oposición a ellas, que sin embargo es reconocido y utilizado en toda América Latina, incluyendo Brasil, donde se adopta al programa televisivo bajo el nombre de “Chaves” y se traduce al portugués.

En segundo lugar, otro de los aspectos del Chavo que nos lleva a explicar su arraigo en Latinoamérica está relacionado directamente con el escenario y las relaciones que en él tienen lugar. La serie está situada en una vecindad, tipo de vivienda popular que comparte rasgos con otras organizaciones habitacionales de los países de América Latina. En contextos políticos y económicos similares en estos países que llevaron a la sobrepoblación en los centros urbanos, se crearon modelos de vivienda muy distintos a los de otras latitudes, como Europa Occidental y Estados Unidos. La pobreza, la falta de espacio y la ausencia de planeación gubernamental para garantizar el acceso a los servicios públicos básicos que caracterizaron a las ciudades, orillaron a la creación de unidades multifamiliares donde varios vecinos terminaban por compartir lugares comunes como el patio, el inodoro, los sitios para lavar y secar la ropa, las escaleras, etc., y donde, por razones evidentes, la privacidad era casi imposible. De manera voluntaria o no, la vida de las familias estaba ineluctablemente unida a la de las otras, lo que terminaba por reforzar los lazos comunitarios.

Sin embargo, no sólo existe una identificación entre la forma de la vivienda del habitante latinoamericano común y la forma de vivir de los personajes del Chavo. A decir de estudiosos del tema, la primera identificación entre los latinoamericanos y los personajes del Chavo radica en la condición social y familiar de los habitantes de la vecindad. En este espacio conviven desempleados, niños de la calle, niños bien cuidados pero hijos de madre o padre solteros, “solteronas”, etc. Llama poderosamente la atención que en esta vecindad no se encuentra una sola familia nuclear y sí varias disfuncionales que, pese a los problemas y carencias, logran salir adelante con esperanza y buen humor.

No resulta fortuito que, en una entrevista reciente con el creador de este programa con motivo de la presentación de su libro “El diario del Chavo del Ocho”, a la pregunta directa de un periodista sobre el público que buscaba para su programa, Roberto Gómez Bolaños contestara que no pretendía llegarle a quien lo tiene todo, sino que prefería repartirse (sic) con los que tienen muy poco. No es casual tampoco que el dueño de Televisa, la empresa que lanzó a la fama al Chavo del Ocho y que se encargó de distribuirlo en América Latina hiciera ilustre una frase en la que expresaba que él hacía televisión “para divertir a los jodidos (pobres, en argot mexicano)”. La moraleja del Chavo del Ocho no deja lugar a dudas: es materialmente posible ser pobre y ser feliz al mismo tiempo. Y tal como el Chavo del Ocho ha perdurado en las pantallas, la pobreza no sólo ha perdurado sino que ha crecido en América Latina.

Por otro lado, el fondo moral del programa identifica a los latinoamericanos y traspasa las líneas del tiempo y la geografía. Herederos de la ética cristiana, los habitantes de esta región encuentran en los personajes de Chespirito una bondad natural que permite, a final de cuentas, que su convivencia nunca rebase los límites normales de violencia, que la mala intención jamás se imponga y que, el que hace mal, reciba siempre su merecido, ya sea por el castigo impuesto por los demás o mediante el autocastigo. ¿Cómo olvidar aquella escena en la cual Don Ramón se va de la vecindad por la vergüenza de haber culpado al Chavo del Ocho de un robo que no cometió? ¿Cómo hacer a un lado el hecho de que el Chapulín Colorado, inepto y sin talentos como es, pero siempre con buenas intenciones, destruya siempre a los villanos? Los personajes de Chespirito terminan por fortalecer arraigados patrones del deber ser de los mexicanos y latinoamericanos.

Finalmente, el Chavo del Ocho ha contribuido a abonar una de las características más destacables del humor del mexicano y del latinoamericano: el doble sentido. Aunque en apariencia los diálogos sean aptos para todo público y esté dirigido a los niños, lo cierto es que de ser así, los adultos poco encontrarían de atractivo en este programa. El éxito de Chespirito se debe en gran medida al uso del ingrediente pícaro que sólo puede rescatar en sus parlamentos un buen escritor de comedia que conozca ampliamente la cultura popular y el manejo del idioma que tengan los sectores excluidos hasta del lenguaje culto.

Si hacemos caso a estos elementos se puede afirmar con cierta seguridad que habrá Chavo del Ocho en las pantallas de televisión durante un largo periodo de tiempo y que la vida de este niño seguirá siendo paralela a la de la cultura latinoamericana por muchos años más.

Key words

regional integration, communication and culture, television, collective identity


, Mexico, Latin America, México, D. F.

file

Integración regional en América Latina : Chile, Colombia, México

Comments

Dada la fama y popularidad que tiene el Chavo del Ocho en los países latinoamericanos, hubiera resultado muy fácil realizar una ficha descriptiva y cuasi monográfica que únicamente resaltara sin analizar los rasgos más característicos de ese programa de televisión tan visto y apreciado por las masas latinoamericanas. Sin embargo, se optó por acudir a personas que han venido trabajando sobre el tema en los últimos años y que pusieron sobre la mesa aspectos problemáticos que suelen pasarse por alto al momento de comentar esta exitosa serie. Por eso, sin afán de convertir a los aspectos socioeconómico y moral en los ejes de este escrito, sí se quiere dejar en claro que las consideraciones de este tipo no son ajenas a la problemática de la formación de una identidad cultural latinoamericana.

Indudablemente, el Chavo del Ocho tiene presencia en la vida de los latinoamericanos y ha venido tomando parte en el complejo proceso de construcción y reconstrucción de la identidad latinoamericana, pues al mismo tiempo que rescata las particularidades socio-culturales de los habitantes de nuestra región, las reafirma. Sin embargo, como todo elemento integrador dentro de algo tan endeble como la identidad latinoamericana —ese conjunto de valores compartidos por los habitantes de esta región—, el Chavo del Ocho resulta problemático. Si bien es cierto que la identificación con los personajes de la serie parte de su precaria situación económica, lo que aglutina en torno a ella a una gran parte de la población latinoamericana, no lo es menos que pecaríamos de generalizadores si afirmáramos que el Chavo del Ocho representa la forma de ser del latinoamericano. Hasta cierto punto, el personaje de esta comedia es una caricatura que exagera rasgos y realza defectos que no necesariamente comparten los muy diversos habitantes de la región.

Por otro lado, es importante decir que mientras en las altas esferas gubernamentales se debate la construcción de una integración latinoamericana artificial que se mueva en un sentido vertical —es decir, que vaya desde arriba hacia abajo, desde las decisiones estatales hacia el pueblo—, programas como el Chavo del Ocho evidencian hechos importantes. En primer término, éste pone de manifiesto que la integración latinoamericana en torno a valores y comportamientos comunes se realiza de manera independiente a las consideraciones del poder gubernamental. Como todos los procesos sociales, la integración cultural ocurre de manera natural, sin planeación y sin posibilidad de ejercer control sobre ella. Cuando los valores y las situaciones en torno a los que se teje una serie televisiva resultan tan cercanos a la realidad de la vida cotidiana, el resultado más lógico es que los tele expectadores se sientan identificados, se apropien de los contenidos y reproduzcan los comportamientos y el lenguaje expuestos.

En segundo término, el Chavo del Ocho y las posteriores creaciones de Chespirito hacen patente un hecho propio de la sociedad de masas en la que se desenvuelve nuestra vida: la presencia cuasi ubicua y omnipotente de los medios de comunicación masiva. Al transmitir su programación por un medio onmipresente como la televisión, los medios se han convertido en importantes vehículos para la construcción y reconstrucción de la identidad cultural latinoamericana, pues a pesar de estar regulados por el Estado, llegan a tener una presencia muy cercana, palpable y cotidiana con los pobladores latinoamericanos. De esta forma, mientras los valores que se rescatan en el Chavo del Ocho y su influencia en la idiosincrasia latinoamericana pueden ser altamente cuestionables y debatibles, el hecho de la penetración mediática y su influencia en la formación de una manera de ser latinoamericana no puede dejar lugar a las dudas.

Notes

Ver GÓMEZ BOLAÑOS, Roberto, El diario del Chavo del Ocho, Ed. Punto de Lectura, México, 2005. Revisar las páginas de Internet www.chespiritoweb.cjb.net/, de Brasil y www.chavodel8.com/, de Costa Rica. Esta ficha fue realizada en el marco del desarrollo de la alianza metodológica ESPIRAL, Escritores Públicos para la Integración Regional en América Latina.

Source

Interview

Entrevista a ARMENTA ÁLVAREZ, Jorge Carlos, Estudiante de Ciencias de la Comunicación de la UNAM y locutor radial, bolapijama@hotmail.com Entrevistas a AGUSTÍN, José Juan, Diseñador Gráfico, josejuan777@hotmail.com; MÉNDEZ AGUILAR, Ricardo, especialista en contenidos televisivos, Internacionalista de la UNAM, ricmar78@yahoo.com

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